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1.10.09
Por Eric Schwartz – IPO
Prueba de bomba en el campo de tiro estadounidense de Vieques, Puerto Rico
La bomba estadounidense que asesinó a David Sanes en 1999 no cayó en un bombardeo en Iraq o en Sudan. Sanes fue asesinado mientras trabajaba en su pueblo natal, en la pequeña isla de Vieques, que forma parte de la colonia estadounidense de Puerto Rico. Desde hace más de 50 años, la Armada de los Estados Unidos usaba dos tercios de la isla de Vieques como campo de tiro o de maniobras, causando así, problemas crónicos de salud en sus habitantes y daños ambientales. La muerte de David Sanes desató un movimiento masivo de desobediencia civil para exigir el cierre del campo de tiro. Pescadores locales entraron el campo de tiro por mar, a la vez que cientos de residentes de la isla y simpatizantes cortaron las cercas militares para ocuparlo, obligando a la Armada a suspender los bombardeos. Cada vez que las tropas estadounidenses sacaban a los manifestantes de la zona restringida, lograban volver a los pocos días. Después de una larga campaña de movilizaciones, que contó con un fuerte apoyo de los movimientos sociales puertorriqueños e internacionales, en el 2003 el gobierno estadounidense anunció que las Fuerzas Armadas estadounidenses se retirarían de Vieques.
Mientras que los Estados Unidos continúa ampliando y afinando su presencia militar en todo el mundo, la población que convive con bases militares estadounidenses, como en el caso de Vieques, sigue luchando para sacar las de sus países. Los movimientos sociales contra las bases extranjeras, que coordinan sus campañas a través de la red internacional “No Bases”. Hay tanta diversidad de justificaciones en contra de las bases como diversidad de países. En Corea del Sur, la red de bases militares norteamericanas se está reestructurando para hacer frente al creciente poder de China, sin embrago se justifica por el miedo a un ataque de Corea del Norte. Después de que Estados Unidos mandó ayuda a las víctimas del tsunami de Asia en el 2004, el gobierno estadounidense reactivó una base en desuso, argumentando que las bases podrían ser necesarias para acciones de ayuda humanitaria. En cambio en Iraq, las justifican como parte de la lucha para defender la democracia. Otra explicación es la que ofrece la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado de Estados Unidos, cuando dice “en algunos casos, la proximidad a una base estadounidense ofrece una ventana local a las fuerzas de la nación anfitriona para observar las relaciones cívico-militares y mostrar como el respeto a los derechos humanos es imprescindible para un estado democrático.”* Mientras tanto, a los colombianos se les ofrece un dos por uno, al plantear que la creciente presencia militar estadounidense promete acabar con la guerrilla y combatir el narcotráfico al mismo tiempo.
Sin embargo, en otras partes del mundo, Estados Unidos implícitamente admite que las bases están orientadas a intimidar y, si hace falta, atacar a países vecinos que se portan mal. Las bases en Alemania, instaladas hace más de 50 años para contener a la Unión Soviética, ahora se justifican como garantes de la “estabilidad regional.” Se utilizan los mismos argumentos cada vez que se cuestiona la necesidad de la presencia militar estadounidense en Arabia Saudí, Japón, Yibuti en África Oriental, o Pakistán. El uso de las bases Pakistaníes ha permitido a las tropas estadounidenses atacar a los Talibanes en Afganistán y, más recientemente, bombardear a los “Talibanes Pakistanis” en la frontera Pakistán-Afganistán, asesinando al mismo tiempo a la población civil.
Los acuerdos que permiten que las fuerzas estadounidenses utilicen las bases locales en Pakistán, como acuerdos parecidos con Colombia, Rumania, y Bulgaria, son representativos de un cambio reciente en la estrategia militar de Estados Unidos. Cada vez con más frecuencia las superbases estadounidenses de la guerra fría se están reemplazando por el uso de bases, más pequeñas, del país anfitrión, bajo acuerdo con gobiernos locales. La Oficina de Programas de Información Internacional nos informa que “hay un sustitución de las superbases, que requieren de una infraestructura sustancial de apoyo, por bases más pequeñas de seguridad cooperativa… [el Departamento de Defensa] está poniendo más énfasis en las relaciones militares que en tener bases formales ya que el uso de bases locales también facilitan el acceso pero evitan los gastos y la vulnerabilidad de las bases propias.”* El artículo también se refiere a que “un número limitado de personal militar estadounidense puede ubicarse, alternativamente, en puestos avanzados de operaciones preparado para responder a problemas en cualquier lugar desde el Hemisferio Occidental hasta África.”
Sea cual sea la justificación del momento, el objetivo final de las 823 bases estadounidenses sigue siendo el mismo: manejar a los gobiernos “problemáticos” o movimientos sociales que desafían el dominio estadounidense o impiden el acceso a los recursos. Si fuera necesario, las bases ofrecen a las Fuerzas Armadas estadounidenses el apoyo logístico que les hace falta para intervenir en países vecinos. Las tropas estadounidenses también ofrecen a ejércitos locales entrenamiento y apoyo para operaciones de contra-insurgencia y de guerra sucia contra los movimientos sociales.
Es por eso, que movimientos sociales desde Turquía hasta Tailandia siguen organizándose para que no se establezcan las tropas estadounidenses en sus territorios. En Vicenza, Italia, activistas locales tomaron temporalmente el lugar donde se iba a construir la base aérea de Dal Molin, y han mantenido un campamento permanente de protesta al lado del lugar desde hace más de dos años. Activistas anti-militaristas en Nueva Zelanda lograron en el 2008 entrar la base de alta seguridad de Waihopai y sacar las cúpulas que escondían varios satélites espías de alta potencia. Del 2005 al 2007 campesinos en Pyeongtaek, Corea del Sur, lucharon contra la ampliación de una base estadounidense que al final les expropió sus tierras y sus pueblos. Apoyados a veces por varios miles de simpatizantes, los campesinos resistieron repetidas arremetidas de la policía e intentos de tumbar sus casas, hasta que finalmente fueron desplazados.
Una protesta campesina en contra de una base estadounidense en Corea del Sur
Los movimientos sociales han logrado presionar a los gobiernos nacionales para cerrar bases estadounidenses en países de varios continentes. En los últimos veinte años, se han repatriado las tropas estadounidenses de Filipinas, Uzbekistán y Panamá. Más recientemente, en marzo de este año el gobierno checo cedió a la oposición popular y retiró los planes para permitir al Pentágono establecer un radar militar estadounidense. También este año, después de una larga campaña por parte de grupos de base en Ecuador, el gobierno de Rafael Correa por fin echó a las tropas estadounidenses de la base de Manta. En Okinawa, Japón, la indignación por las violaciones cometidas por soldados estadounidenses, entre ellas, la de una niña de 14 años por un infante de marina, ayudó a crear un movimiento anti-base con profundo apoyo popular. Al principio de este año este movimiento pudo presionar el gobierno japonés para que renegociara el acuerdo militar con Estados Unidos, lo que comportó la retirada de la mitad de los soldados.
Las luchas contra las bases estadounidenses y otras formas de presencia militar seguirán en Colombia, Corea del Sur, El Salvador y otras partes del mundo donde están posicionadas para proteger el imperio estadounidense. Estas bases militares extranjeras pueden parecer imposibles de confrontar, pero no son ni tan invencibles ni eternas como parecen. Para dar algunos ejemplos, los soldados españoles que alguna vez dominaron Latinoamérica se volvieron para la Madre Patria ya hace mucho. Ya no hay soldados romanos en Londres, ni soldados japoneses en China. Porque todo imperio, por más poderoso que sea, en sus momentos más álgidos, también pueden caer. Los movimientos sociales de Colombia y de otros países resisten a las bases para liberar a sus países del control aplastante de las fuerzas armadas estadounidenses. Igual de importante resulta el hecho de que sus luchas ayudan a debilitar el imperio estadounidense y, ojalá, a tumbarlo.
*Jacquelyn S. Porth, Bureau of International Information Programs. U.S. Military Bases Provide Stability, Training, Quick Reaction. 27 de febrero 2007. www.america.gov/st/washfile-english/2007/February/20070227132836sjhtrop0.6571466.html#ixzz0RrtiwIMG