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1.08.11: A testigo en caso del asesinato de Jueza Gaona, le ofrecieron beneficios para inculpar a inocentes
1.08.11: Herido campesino en bombardeo en Arauquita
17.07.11: Nuevamente Tribunal Superior de Bogotá definirá curso del caso de los niños de Tame
20.06.11: Tribunal Superior de Bogotá niega nulidad en caso Tame
16.06.11: Denuncian montajes judiciales y crímenes en Arauca
15.06.11: Un indígena asesinado y otro desaparecido bajo disparos del Ejército en Galaxias, Arauca
9.05.11: Enfrentamientos ponen en riesgo población civil en Galaxias, Tame, Arauca
12.04.11: Corte ordena traslado de caso niños Tame a Bogotá
28.07.13: Cierre de actividades de International Peace Observatory
30.05.13: Con irregularidades jurídicas y terror militar se pretende desplazar a la comunidad de Pitalito
21.05.13: El MOVICE apoya el retorno de la comunidad desplazada de Pitalito (Cesar)
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11.05.06
Apenas tenía 20 días cumplidos en la zona. El 16 de febrero, Orlando Santos Chapeta, con 18 años de edad, decidió tragarse sus miedos y dejar su pueblo natal de Toledo (departamento de Norte de Santander). No era que quisiera salirse de la casa: en todos sus años jóvenes no había dejado por un momentico a sus padres y seis hermanos y hermanas. Pero, con en todos rincones de Colombia, la plata escasea, y especialmente para una familia campesina humilde. El único hermano de edad de trabajar (tenía 22 años) prestaba servicio en el ejército, tratando de conseguir su libreta militar para algún día sacar un trabajo mejor. Un amigo le comentó a Orlando que Saravena, el jornal era mejor, y la idea de ayudar a su familia le motivó a armarse de coraje y salir solo. Iba a ser un adulto responsable ya. Aún un niño, pero haciéndose hombre.
En la periferia de Saravena, en una finca en la vereda de La Pava, encontró un buen trabajo. Se ganaba unos 13.000 pesos diarios, las tres comidas incluidas, y le gustaba arrear las vacas. Le mandó una foto a su mama. Toda su plata, decía él, la destinaba para ayudar a su familia. Su patrón era un hombre comprensivo, el ex alcalde de Fortul (Arauca) quien, siendo alcalde, fue abaleado por la guerrilla y se encontraba entre la finca y el hospital en recuperación. No tenía quejas: Orlando era tímido y callado, pero trabajaba bien y era responsable.
Aquel día – el 6 de marzo – precisamente Orlando iba al pequeño San Ricardo Pampuri hospital en el casco urbano de Saravena, encargado con una gallina que su patrón había pedido regalar a las enfermeras que lo velaban. Eran las 11am cuando el delgado, pelinegro, carirredondo, joven Orlando echaba de nuevo para la finca. Se vestía un pantalón negro y una camiseta oscura. Volvía a terminar las tareas pendientes en la finca. No se lo volvería a ver vivo jamás.
***
En algún momento le había comentado a un amigo de su temor al ejército, y le contó una historia. El 26 de febrero, en la carretera-trocha de La Pava a Saravena (unos 20 minutos a paso de motocicleta), había sido parado por los soldados y retenido unas tres horas. Le decían guerrillero y lo trataban mal y lo insultaban. No le había comentado a nadie por que estaba confundido y aterrado. ¿Guerrillero? Era un trabajador, todos lo sabían. Estaba limpio. Quizá pensaba que eso iba a ser su salvación.
Regresando del hospital, alrededor del mediodía aquel 6 de marzo, fue parado por el ejército. Pertenecían al Batallón Reveis Pizarro de la Brigada Móvil No. 5 (un nombre temido entre los campesinos araucanos). Estaban frustrados. El chisme era que el Ministro de Defensa planeaba una visita a Saravena, y el plan nacional de la “seguridad democrática” que habían jurado defender no mostraba muchos resultados en Arauca. De hecho, fue peor – la guerrilla estaba a la ofensiva, y el bien equipado ejército estaba a la defensiva. Sucedía ser también que estaban encargados de proteger el famoso oleoducto Caño Lión-Coveñas. El Occidental Petroleum había hecho un lobby intenso al gobierno estadounidense para que destinara cerca de $100 millón de dólares para entrenamiento al ejército colombiano en Arauca para proteger el oleoducto de ataques guerrilleros. Algo que ver con un tal “Plan Colombia.” El petróleo valía mucho, más que la sangre que empapa el piedemonte y llanos araucanos. Ellos solo sabían una ecuación: resultados, cifras, muertos traducían a vacaciones y bonus. Y se les ocurrió una idea.
Detuvieron a Orlando Santos Chapeta, tímido y camellador. A las 7pm esa noche, simularon un combate. Por la radio y la prensa, se decía que miembros del Batallón Reveis Pizarro habían dado de baja a un “terrorista” de las FARC en el área entre las veredas de La Pava y Miramar, Saravena. En su poder, “tres gramos de pentolita y 8 metros de cordón detonante, para atentar contra la estructura del oleoducto” y “dos teléfonos celulares, con los cuales proyectaba activar la carga explosiva.” El “terrorista” utilizaba el alias “Chapeta” y tenía unos 18 años de edad.
***
Llamadas, urgentes. El día siguiente, al ser informado por un amigo que la finca estaba sola, el patrón llamó al Mayor Castillo en la base, ubicado justo afuera de Saravena, donde están ubicados no solo el Batallón Reveis Pizarro sino también los “asesores” gringos, en función de entrenar al ejército colombiano para proteger el oleoducto y en tácticas “contrainsurgentes.” “Tengo un trabajador, un buen muchacho, en el área de La Pava, sabe dónde se encuentra?” Una respuesta nerviosa, seca: “que grave, que hubo combates por allá anoche. Me tengo que ir.” Clic. *** La Fiscalía está adelantando una investigación, y la ONG de abogados Humanidad Vigente está luchando para que el caso no vaya al juzgado penal militar. Casos de soldados poniendo armas a civiles, vistiéndolos en camuflaje y asesinándolos ocurren más y más frecuentes en la medida que el afán del gobierno de encontrar resultados choque con su inhabilidad de capturar o matar los jefes guerrilleros o sus combatientes . El cuerpo sin vida de Orlando Santos Chapeta fue devuelto a Toledo, a su familia. En el campo colombiano, estas historias son demasiado normales. Puede que Orlando Santos Chapeta será olvidado, como otra víctima de la guerra. Otra cifra u otro resultado de la “seguridad democrática.” Pero quizás si recordamos su historia, podemos lograr que estas cosas nunca vuelvan a suceder.
Nico Udu-gama, IPO