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30.05.13: Con irregularidades jurídicas y terror militar se pretende desplazar a la comunidad de Pitalito
21.05.13: El MOVICE apoya el retorno de la comunidad desplazada de Pitalito (Cesar)
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11.08.06
Regresando desde el sur de Huila la comparación me parece inevitable. Yo, italiana que trabajo en Colombia como acompañante internacional en zonas de conflicto armado, estoy definitivamente acostumbrada a otro tipo de campesinado y este viaje inesperado llega como un alivio.
Después de pasar un mes en el Magdalena Medio Colombiano, unas de las regiones donde trabajo desde hace un año, acompañando a organizaciones y comunidades campesinas, decido tomarme unas vacaciones y salgo para el sur del Huila, una zona que apenas conozco pero que me genera interés y curiosidad por la misteriosa cultura precolombina que un tiempo la habitó.
De esta cultura es muy poco lo que se ha podido descifrar, empezando por el nombre, que todavía es un misterio: hoy es conocida como cultura San Agustiniana, por el nombre de San Agustín, el pueblo donde se encuentran la mayoría de los restos arqueológicos en el área, curiosamente San Agustín, santo de la religión católica, nada tiene que ver con esta cultura precolombina, paleolítica y septentrional, es significativo evidenciar como la ingerencia europea una vez más se manifiesta hasta en los nombres…
Morral y carpa en la espalda, con mi compañero salimos sin tener una meta definida; caminar por trochas y conocer a la región y a su gente son lo único importante en este viaje improvisado.
Desde San Agustín nos dirigimos hasta el Purutal y la Pelota, pasando por lomas y caminos prácticamente abandonados, guiados por los campesinos locales. Al Llegar a nuestro primer destino mi maravilla es grande al encontrarme con dos enormes estatuas de colores, guardianas de tumbas, posiblemente de lideres o guerreros indígenas, hoy vestigio de los antiguos habitantes, pero aún más grande es mi sorpresa al ver que estos monumentos yacen totalmente descuidados al lado de una casa desabitada. Siguiendo por el camino este nos lleva hacia la Chaquira, hermoso sitio de incisiones rupestres que se asuma al espectacular cañón del río Magdalena, con sus aguas recién nacidas que llegan con fuerza desde el Macizo Colombiano, no lejano de donde nos encontrábamos.
Nuestra ruta sigue por algunos días, durante los cuales conocemos más sitios arqueológicos, la gran parte en estado de abandono, caminos rurales, dos cascadas hermosas, el salto del Mortiño y el salto de Bordones, el más alto del país (480 m de altura), llegando finalmente a unas aguas termales naturales donde es posible bañarse y purificar la piel gracias a sus propiedades medicinales.
La hermosura de los paisajes me dejaron encantada y alimentan aún más mi amor por la tierra colombiana, pero lo que me dejó totalmente asombrada fue conocer la realidad del campesinado sur-huilense. Favorecidos por una tierra negra, fértil y por la abundancia de agua, estos campesinos cultivan enormes cantidades de productos con gran éxito; caminando por las lomas y los valles un cultivo sigue al otro en un dibujo geométrico resaltados por las distintas tonalidades de verde que se alternan sin interrupción.
Café y caña panelera son los dos cultivos que más se ven en la zona, pero igual se producen maíz, granadillas, yuca, lulo, fríjol, mora, plátano, bananos, naranjas, mandarinas y otros frutos de forma y nombre para mi raros que nunca había visto antes.
Los campesinos me cuentan que el café es el negocio más rentable en este momento y los compradores llegan hasta las veredas más lejanas para comerciar en tiempo de cosecha. Este hecho me recuerda historias que me cuentan otros campesinos, los del sur de Bolívar, cuando me hablan de los tiempos en que la coca era un buen negocio y los compradores llegaban a domicilio para comprar la “mercancía”.
El sur de Bolívar es una región de colonización reciente y especialmente la parte rural más alejada de los cascos urbanos, mucha gente llegó desplazada de los departamentos cercanos en búsqueda de un sitio donde vivir y trabajar. La economía de la zona se basa principalmente en el cultivo y procesamiento de la hoja de coca, que posteriormente se vende al segundo anillo de una larga cadena que finalmente llega hacía Europa y Estados Unidos.
Hasta hace unos tres años esto era un negocio rentable y la gran mayoría del campesinado “se ganaba su buena platica.” La gente vivía sin preocupaciones por lo económico, confiada haber encontrado la solución que les brindaba estabilidad.
Gracias a la gran cantidad de dinero que manejaban, los campesinos vieron más fácil y conveniente conseguir en el casco urbano todo lo que les servía para vivir, principalmente insumos de mercado, considerada la vida sencilla que conducen. Alimentos como el arroz, el tomate, la cebolla, la panela y el maíz ya no se producen en la región sino que se mandan a traer desde otros lados, perdiendo de esta forma la costumbre a cultivar lo básico de la propia alimentación y a vivir de lo producido.
Otra consecuencia indirecta de la cultivación de productos de uso ilícito, es que la abundancia de plata generalizada ha llevado a un profundo individualismo entre las personas, que nunca se han pensado como grupo ni han sentido la necesidad de organizarse e invertir parte del capital en algún tipo de proyecto comunitario.
Ahora, y hace unos tres años, la demanda regional de pasta base, en contra de la tendencia nacional, ha bajado drásticamente a causa de el fuerte control militar, y los campesinos se encuentran en grave dificultad para cultivar vender sus productos a causa de las frecuentes fumigaciones y del control masivo del ejercito.
La situación ligada al conflicto armado complica este panorama porqué la radicada presencia de las dos guerrillas en la región, sirve al Estado como pretexto para golpear a los sectores sociales y a la población civil, acusados de ser guerrilleros o auxiliadores de la guerrilla.
Quitar la base social a la insurgencia y la lucha al narcotráfico (aún que no es secreto el involucramiento de enormes sectores políticos y económicos beneficiarios del comercio de la coca, que cada año representa una larga parte de los ingresos del país) son las razones oficiales que el Estado aduce para enviar cantidad de ejercito en la región, pero hay también otro motivo no declarado, que es el interés de adueñarse de las riquezas del subsuelo abundantes en esta región. Ya en gran parte propiedad de la multinacional Ashanty Gold, la serranía de San Lucas es uno de los yacimientos auríferos más grandes del mundo.
Todo esto hace sí que la presencia militar en la zona sea altísima y que el nivel del conflicto sea muy agudo, especialmente en contra del campesinado que todavía vive en la zona, pues muchos ya han decidido desplazarse nuevamente.
Para los que quedan, asociaciones campesinas regionales están promoviendo la creación de alternativas económicas en substitución de la coca y implementando los proyectos productivos y sociales que permitan al campesinado organizarse para resistir en sus tierras.
El panorama es drásticamente distinto al idilio que se vive en el sur del Huila: campesinos productivos, tierra fértil (y por fortuna de ellos sin la maldición que traen oro, petróleo u otras riquezas), cultivos productivos, rentables y legales. Es impresionante ver la cantidad de trapiches paneleros que se encuentran caminando por el campo: así como la producción de la pasta base en el sur de Bolívar se realiza a nivel artesanal y es muy usual encontrar laboratorios caseros, en el sur del Huila numerosos cultivadores de caña tienen su propio trapiche donde producen la panela que comercian directamente.
Falta de grandes intereses económicos y ausencia de la insurgencia (según los campesinos debido a que hace unos años la fuerza aérea del ejercito colombiano golpeo duramente al frente de las FARC que hacia presencia en esta zona) hacen de estas tierras un pequeño paraíso que desafortunadamente no es lo habitual en Colombia.
Pero el hecho de ver que también en Colombia las condiciones de vida pueden ser dignas y de calidad, especialmente por los sectores más golpeados como el campesinado, infunde esperanza y confianza que si las cosas pueden ser distintas.
Seguir trabajando para que todos los campesinos tengan derecho a una vida digna, con desarrollo y sin conflicto es un objetivo que quiero seguir con aún más animo, gracias a esta experiencia tan gratificante.