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Bandera rota

9.11.09

Por Sergi Torner Fernandez – IPO

Una bandera colombiana ondea en el barco desgarrada. El color amarillo es la que aparentemente tiene mejor estado, aun así ondea con un breve deshilachado, mientras que el azul muestra más destrozo pero la que más deteriorada es la franja roja. Cual símbolo de lo que representa el rojo en un país donde la izquierda ha sido reprimida, desterrada, marginada y estigmatizada. De tal manera que cualquier voz crítica frente a un sistema latifundista y castrense ha sido reprimida, como el caso de la UP (Unión Patriótica).

Bajo esa bandera que ondeaba rota se hallaban más de trescientas personas formando parte de una caravana de paz que se dirigía desde Bogotá hasta Mapiripán, para recordar la tragedia de hace doce años que sucedió allá. Estábamos en la mitad del trayecto, en San José de Guaviare, embarcando para ir a Mapiripán. El día: 19 de julio. Era nuestro segundo día de viaje. Habíamos iniciado la caravana por la memoria el 18 de julio a la madrugada saliendo desde Bogotá.

El amarillo de la bandera me hace recordar a las riquezas del país y a la armonía a la cual hace referencia. Armonía que nos fue recordada por su carencia bajo las bellas y así mismo crudas imágenes del acto que nos saludó el 18 de julio al mediodía en el puente que cruza el río Gauviare a la entrada de San José. Allá niños representaban a iguanas surgiendo del río cual recuerdo de los cuerpos sin vida lanzados al mar por los paramilitares aquellos tres días fatídicos de julio de 1997 en Mapiripán.

Los niños lanzaron de uno en uno cincuenta claveles en homenaje a cada uno de los cuerpos vaciados y destrozados. Cada clavel descendía suavemente del puente, mesándose dulcemente sobre el río en cruda oposición a como fueron lanzados los cuerpos originariamente. Difícil será de olvidar la imagen de los claveles deslizándose por la corriente del río para ser absorbidos en el inmenso caudal de agua.

Seguimos camino hacia San José, donde allí hicimos una marcha por todo el pueblo. Para finalizar el trayecto en un complejo deportivo. Donde se siguieron haciendo actos conmemorativos. Tanto la caravana como algunas personas que participan en ella están amenazadas por aquellos que no desean que lo olvidado sea recordado. Asimismo muchas de las personas que conforman esta marcha tienen familiares y amigos que han sido asesinados ya sea en Mapiripán como en otros lugares.

Lentamente continuamos nuestro viaje por el río Guaviare, siendo envueltos por el paisaje que nos lleva hacia las entrañas de una región bastante olvidada. Olvidada, excepto para las bandas armadas buscando sacar provecho económico sin importarle las personas que allá viven y que intentan sobrevivir tanto a espaldas de su país como de la comunidad internacional.

La franja azul de la bandera, reflejo del río que nos envuelve, un color que representa, entre otras cosas, que Colombia está rodeado de mar. Mar que le ha hecho estar muy relacionado con las empresas que explotan los recursos y utilizan la vía marítima como transporte. A través de esta vía no solo se han transportado recursos naturales expoliados, sino con ellos se han ido esperanzas y sueños de personas que han trabajado para empresas extranjeras (con el beneplácito de ciertas élites colombianas) que se han quedado con los beneficios y al país solo les han dejado los sobrantes.

Nos deslizamos por el río hablando, conversando. La pura selva que nos rodea favorece la aparición de los recuerdos agazapados como si el silencio de la naturaleza nos ayudara a que aparecieran aquellas palabras que tememos que salgan. Recuerdo entre otras conversaciones la que compartí con una mujer mayor, llena de vitalidad. En sus palabras recordando la pérdida de hijos, familia y amigos seguía mostrando esperanza y deseos de que no se olvidara.
La llegada a Mapiripán fue como el despertar de heridas enterradas, al fin llegábamos al lugar donde se produjo la matanza perpetrada por los paramilitares.
Las personas del pueblo nos acogieron de forma fría. Nos llegan rumores cual fantasmas que ha habido amenazas al pueblo a través de escritos que han encontrado en la puerta por parte de los paramilitares que hace comprender el porqué de esta acogida.

Desfilaron por las calles con pancartas de: “Mapiripán, que no se olvide, que no se repita”. Al llegar a la cancha hay una celebración religiosa. Dos capellanes hablan de Dios, de Cristo, de justicia divina, pero apenas se acercan a la crueldad humana, a las injusticias que suceden no por la ignorancia de Dios como podían decir los ateos, sino a la ignorancia de las personas que podrían tener el poder para transformar las cosas. Miembros de la organización cantan canciones de paz, de unión, mientras de fondo en el río sigue sonando con sus aguas llenas de recuerdos y de historias de dolor. Las personas miran la ceremonia moviéndose desde las creencias divinas pasando por la mayor ignorancia y preguntando donde estaba Dios cuando sucedieron los hechos.

Después de almorzar continuamos la marcha encabezados por un puño izquierdo cerrado y levantado. Al llegar al matadero, lugar donde se perpetuó la masacre, el rojo desgarrado de la bandera cobra mayor forma y sentido. El rojo que simboliza la sangre que alimenta la vida aquí es el rojo derramado no solo por el odio sino por los intereses de “personas” que no les importa el asesinato de otros con tal de conseguir un reinado de terror, con tal de impedir que el pueblo se pueda organizar y reclamar el derecho a la vida, a la justicia y a la tierra. El rojo que indica la fuerza del pueblo. El rojo que se ve reflejado en ese puño izquierdo levantado cerca de la pista donde jugaron los paramilitares con las cabezas del pueblo bajo la indiferencia de muchos que tenían el poder para haberlo detenido. ¿Cómo estas personas han podido justificar su indiferencia? ¿Cómo pueden vivir tranquilos con el peso de asesinatos cometidos con la argumentación de ganancias materiales?

Ahora ese puño de reivindicación clama recordar no solo la masacre de Mapiripán sino todas aquellas perpetradas por fuerzas armadas y olvidadas por ciertos elementos que prefieren olvidar que asumir responsabilidades Un largo trayecto para recordar a lo que jamás ha de ser olvidado. Y ser este recordatorio una muestra de las muchas masacres que suceden en este país. El rostro de esas personas que expresan tanto solo con su mirada, historias de seres queridos desaparecidos, de la mirada ausente del Estado, el miedo a decir esto es una injusticia. Y con sus dramas personales y colectivos se mueven por la senda cual caminantes no hay camino sino se hace camino al andar.

Bandera rota cual el alma, las familias y los seres queridos a los que no podremos volver a ver, ni a saludar ni a acariciar, ni a abrazar. Por ello, por las personas perdidas en un conflicto en el que no son más que meras piezas en un juego de estrategia de poderes no hemos de olvidar, sino recordar, para que con fuerza la voz de la memoria pueda cambiar la trayectoria del olvido tan común en la historia de este mundo en el que vivimos.

Al volver al barco y ver de nuevo la bandera destrozada continuar ondeando, mientras nos deslizábamos a contracorriente, como el salmón, por las quietas y profundas aguas del río Guaviare, dejando unos surcos lisos y juguetones, no podía dejar de preguntarme si el estandarte estaba desgajado cual un acto de rebeldía.

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