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El Guaviare historia de una colonización: de la explotación del caucho a la coca como modelo economico nacional

3.09.12

Sabrina Drago IPO

El intento del presente artículo, a parte de compartir todo lo que he podido ver, vivir y escuchar durante veinte días de acompañamiento en el Guaviare, tiene también otro fin que parte de mi compromiso personal con la mayoría de campesinos que he conocido, entrevistado, y con los cuales he tenido el privilegio de compartir veinte días de mi vida, a los que he prometido dar voz, hacer conocer y difundir al mayor número de gente posible el drama que viven hace años, porque los campesinos de aquellas llanuras y selvas no han sido culpables de esta frustración que se ven obligados a vivir.
Hablar de la historia del Guaviare, es hablar de una colonización que tiene raíces antiguas, una colonización singular que se caracteriza por su forma brutal y rapaz de explotación. Es una región que ha visto en el tiempo una confluencia de múltiples actores, donde se concentran las principales problemáticas nacionales: La guerrilla, el narcotráfico, la violencia por parte del Estado que amenaza a los campesinos y dificulta sus posibilidades de desarrollo.
Al llegar a Miraflores, uno de los cuatro municipios del Guaviare, la sensación es la de estar viviendo una escena de una película estilo “Viet-movies”. La ciudad está completamente militarizada, la pista de aterrizaje está custodiada por una base militar y al bajar de la avioneta el ejercito y la policía nos acoge “calurosamente” requisándonos y empadronándonos para que nunca nos olvidemos que en Colombia hay un conflicto armado, cuyas raíces históricas y naturaleza política económica y social, se encuentran en una dinámica específica de una guerra irregular y asimétrica. La colonización del Guaviare, territorio originariamente habitado por sólo indígenas, se pude dividir en tres etapas fundamentales: la primera colonización 1920-1950 definida también como colonización brava o ‹‹rapaz›› es la época de la explotación del caucho y del progresivo exterminio de la población indígena. La segunda etapa a partir de la década de 1950, coincide con la colonización agrícola por campesinos desplazados a causa de la violencia que llegaban a la región con el objetivo de comenzar una nueva vida. A esta, se suma la colonización armada antecedente de la insurgencia que empezaba a insinuarse en el mismo período. A partir de los años Setenta empezará la tercera etapa de colonización con la llegada y el comercio de la coca.
La primera fase de colonización fue feroz, explotando la población indígena cultural y materialmente, concretándose en la imposición del sistema del ‹‹endeude›› una verdadera práctica de esclavitud por la cual el comerciante, no solamente se apropiaba del producto final sino también del mismo trabajador, al cual le proporcionaba todos los instrumentos necesarios de trabajo, la comida, la ropa, determinando el precio de la mercancía final que el mismo compraba. Práctica que años después será retomada y utilizada, de forma diferente, por los narcotraficantes en su relación con los campesinos en la explotación de la coca.
En los años treinta y cuarenta en el sur y en norte del Tolima y también en Cundinamarca se desarrolló el movimiento agrarista, las “ligas”, conocidas también como sindicatos agrarios. Estas eran organizaciones de campesinos que se rebelaban contra la ‹‹obligación›› o sea los días que el campesino debía trabajar en la hacienda del patrono como contraprestación por el usufructo de un pedazo de tierra. El movimiento campesino que luchaba por la toma de las tierras recibió muchos ataques de la policía y el gobierno, fue perseguido, transformándose progresivamente en movimiento de autodefensa. Las organizaciones de autodefensa prosperan y emergen como la única forma de poder real en la zona, debido a la inexistencia o debilidad del Estado en la región, llegando a obtener un control preminente en todas la regiones en las que hasta hoy las FARC tienen una presencia significativa.
Hasta fines de la década del sesenta la colonización fue muy débil tanto en el plano demográfico como en el plano agrícola. En el año 1968 se inició la colonización “El Retorno” movida por un programa de radio dirigido por Orlando López Contreras, cuyo objetivo era descongestionar los centros urbanos de inmigrantes, señalando nuevas alternativas de colonización en los Llanos Orientales. El programa ganó un vasto auditorio y en pocos días llegaron cientos de colonos. Los nuevos colonos campesinos se dedicaban al cultivo del maíz y el arroz. Los cultivos tuvieron éxito, pero pese a la generosidad de la tierra, los problemas de comunicación, las dificultades de transporte y la incapacidad de la estructura del mercado para dar transito y complementar el esfuerzo de los productores ocasiónaron una fuerte crisis. Es en medio de esta crisis, en los años setenta, que comienza primero el cultivo de marihuana y después el de la coca que se implementa como un auténtico modelo económico nacional. En 1978 comienza el comercio de la coca, la hoja se conocía ya en el Guaviare porque era cultivada y utilizada desde siempre por la población indígena que la consumía y la usaba como objeto de sus rituales. Lo que llegaba a la región por primera vez, eran las fórmulas para su procesamiento industrial y la red para su comercialización. Los traficantes habían implementado una estrategia de control que se convertía en una verdadera explotación de los cultivadores campesinos, y se basaba en la monopolización del secreto del procesamiento industrial. Ellos conservaban la formula química para controlar el proceso. Compraban la hoja y la transportaban a otros lugares donde mediante procesos químicos se procesaba la hoja de coca y producían la base que después se utilizaba para convertirla en cocaína. De esta manera los traficantes podían pagar el precio que quisieran y los campesinos tenían que aceptar las condiciones impuestas: vendían la hoja a los precios establecidos por los traficantes y ellos la procesaban y se llevaban la pasta. El negocio de la coca se transformó en un verdadero modelo económico, una máquina que funcionaba a la perfección donde todos estaban involucrados y cada uno asumía su rol desde el campesino hasta el traficante, pasando por las autoridades.
El comercio de la coca llevó una ola de migración campesina. Los migrantes provenían de todas las regiones del país. La coca les abrió la posibilidad de una prosperidad ilimitada y la región del Guaviare comenzó a florecer, se transformó en “tierra de promisión”. Las pequeñas tiendas se transformaron en grandes depósitos de distribución. Subió mucho el precio de los instrumentos para el procesamiento de la hoja. Comenzaron a abrir negocios, salones de belleza, discotecas, bares, restaurantes y prostíbulos. El transporte se intensificó, había una frecuencia de vuelos diarios y se abrieron pistas de aterrizaje clandestinas. También el transporte terrestre se intensificó, desde Bogotá y Villavencio llegaban hasta treinta y cuarenta buses diarios. Miles de camiones transportando todos los géneros de mercancía y llevaban al Guaviare los insumos técnicos para el procesamiento de la hoja: gasolina, sales y ácidos. Y también había espacio para quien aspiraba a abrir negocios y hacer fortuna en la “tierra de nadie”. Para todos había trabajo bien remunerado, los campesinos por fin pudieron realizar el sueño tan esperado de una nueva vida con una cantidad de dinero que nunca antes habían visto. Se implementó un modelo económico basado en la estrategia de producción de coca, con una forma organizada de colonización y una estructura jerárquica bien definida. El Guaviare se transformó en una de las principales regiones cocaleras del país, la más nombrada y conocida a nivel internacional.
La economía de la coca al mismo tiempo generó mucha violencia, una violencia indiscriminada que se nutría de su propia dinámica. En una zona en la que el negocio ilegal de la coca constituye la única realidad económica, toda autoridad, cualquiera que sea, se beneficia de ella y participa de una u otra manera. De hecho, el Guaviare representa una de las regiones más complicadas y más afectadas del país porque en ella se cristalizan todas las contradicciones de un conjunto de fuerzas sociales e históricas: por un lado estaban los campesinos y la población civil que buscaban en el negocio de coca la manera de poder realizar sus sueños pero que hoy se ha convertido en la única manera de poder sobrevivir. De otro lado estaba la guerrilla, con un proyecto político en mente y una experiencia militar, y que había logrado el reconocimiento de gran parte de la población como autoridad local y que había conseguido hacer compatibles sus metas políticas con la economía predominante. Por otra parte, estaban los narcotraficantes que oscilaban entre la alianza con la guerrilla y/o con los funcionarios de gobierno, y el Estado ausente de cualquier tipo de subsidio, inversión o asistencia en la región y también brutalmente represivo, presionado siempre por los Estados Unidos. Razón por la cual como repetían muchos de los campesinos con los que hablamos: “la coca nunca se acabará”. La bonanza de la coca duró muchos años hasta el 2003 cuando, a través de la ejecución del Plan Colombia, el ejercito entra en la zona y como nos contaban muchos campesinos durante los días de acompañamiento: “con la entrada del ejército todo se acabó”. En 1999, Estados Unidos aportó 1.600 millones de dólares para impulsar el llamado ‹‹Plan Colombia›› implementado por el gobierno a partir del 2002. El Plan, en primera estancia, tenía como objetivo acabar con la coca y el narcotráfico, pero realmente empezó a ser utilizado como instrumento político para combatir la guerrilla que era catalogada como el cartel principal del narcotráfico, concebidos como narcoterroristas contra la democracia. El estado empieza a actuar a través del Plan Colombia dando a los campesinos el mismo trato que a los guerrilleros o sea dándole categoría delincuencial de una manera brutalmente represiva. Una de las consecuencias del Plan Colombia ha sido la de multiplicar los gastos militares, y cada presidente desde su implementación ha prometido acabar con la guerrilla antes del final de su mandato. Para combatir la “narcoguerrilla” el gobierno ha lanzado la política del terror “El terror tiene que golpear en el corazón de quien pueda ser enemigo en potencia. Asesina a uno y asustarás a mil” lanzando también las hordas de paramilitares, que son las mismas ‹‹autodefensas›› y les permiten hacer alianza con los narcotraficantes. La “limpieza” realizada por el ejército y los paramilitares ha derivado en una completa injusticia social. La represión indiscriminada y ciega ha vaciado de campesinos la región del Guaviare. La política antidroga impuesta por el Plan Colombia ha resultado ser un fracaso total, la única consecuencia ha sido la de dispersar los cultivos hacia otras regiones del país. El resultado de todo esto hoy en día, es el desplazamiento masivo () de la gente a causa de la violencia generada, que ha provocado un casi total desalojo de las diferentes veredas y pueblos de la región del Guaviare. Bares, restaurantes, tiendas, clubs abiertos y exitosos en la época de “oro” hoy en día están totalmente abandonados, destruidos y en completa ruina, síntoma de un sistema decadente y degradado sobre el cual se construyó el modelo económico de la coca. Hoy sólo quedan pueblos donde no hay asistencia médica, ni auxilios de enfermería. En todas las ocasiones en las que preguntábamos qué pasaría en el caso de que un habitante se enfermara gravemente, la respuesta era siempre “Se muere como ya se han muertos muchos de nosotros”. Admito que a mí, que vengo de otro contexto, me impactaron mucho las respuestas de los campesinos, síntoma de una normalización de esta situación, pero yo creo que no hay ninguna justificación a la resignación. El Estado debería garantizar estos derechos. El derecho a la salud y a vivir una vida digna son derechos humanos, prerrogativas que el Estado y la sociedad deben a toda persona por el solo hecho de ser humanos. Con el compañero tuvimos la oportunidad de hablar con la gente de los pueblos y diferentes caseríos, y de escuchar sus historias, de cómo el conflicto sigue afectando sus vidas y de las pocas libertades y posibilidades alternativas que tienen. El modelo cocalero hoy en día se ha transformado en una cárcel para los campesinos que no tienen sino la única alternativa de cultivar la coca, afectados además por las continuas fumigaciones del estado. Sobre explotados por este sistema, no tienen acceso a dinero y la única moneda local que circula es la pasta de coca vendida en gramos. Solamente los comerciantes tienen acceso al dinero, pero dentro el pueblo los campesinos siguen siendo condenados a esta cárcel en vida de la que no pueden huir, no teniendo ni dinero ni oportunidad para una vida alternativa en medio del total abandono del estado. Un campesino nos contaba que en los últimos dos años le habían fumigado el cultivo diecisiete veces. El Estado está presente en la zona solamente en forma de ejército y avionetas de fumigaciones desde el 2003, cuando el Gobierno inició el Plan Colombia con el objetivo de eliminar la coca a través de las fumigaciones aéreas combinadas con procesos de erradicación manual. Las avionetas del gobierno fumigan indiscriminadamente los campos de coca, cosa que trae consecuencias nefastas para los campesinos que se ven afectados su única fuente de vida. El glifosato de las fumigaciones tiene efectos nocivos quemando los cultivos lícitos y los ilícitos, contaminando el medio ambiente, por lo que la tierra se vuelve improductiva, dejando los campesinos sin ninguna oportunidad de supervivencia en una zona totalmente abandonada por el Estado y sin ninguna inversión en infraestructuras y proyectos productivos alternativos a la coca que den una oportunidad a las economías campesinas. No hay subsidio, ni ayuda por parte del gobierno. “Estamos olvidados” repetían más de una vez todos los campesinos. Durante el acompañamiento, presenciamos el desarrollo de cinco talleres de derechos económicos conectados con los derechos humanos. Los talleres se realizaron en diferentes caseríos de la región (Puerto Santander, Lagos de Eldorado, Buenos Aires, Caño Tigre e Barranquillita) y hubo mucha participación por parte de los habitantes campesinos. Ellos quedaron muy contentos y también nos agradecieron más de una vez la presencia del acompañamiento internacional de IPO porque, como nos decían: “vuestra presencia nos da esperanza. En medio de la dura lucha que es vivir aquí”. La historia del Guaviare es también una historia de resistencias y luchas continuas por parte de la población campesina que cotidianamente en forma heroica y pese a las adversidades, actúan y resisten a la tristeza. Una tristeza no solamente de lágrimas, sino también una tristeza de impotencia. Y si la verdadera resistencia es creación, creación de relaciones y formas alternativas por parte del pueblo y organizaciones populares, el Guaviare nos ofrece un ejemplo de como la resistencia en crear y desarrollar contrapoderes y contraculturas a través de organizaciones campesinas, que pueden superar la tristeza, la enajenación, la división y la exclusión a la cual nos remite la lógica brutal del sistema capitalista.
Asistimos a la fundación de la asociación campesina ASCATRAMIG (Asociación campesina de trabajadores de Miraflores y Guaviare) que se propone como plataforma de lucha y de petición para discutir y aprobar un plan de recuperación del entorno social, cultural, político y organizativo autónomo, y que permita reactivar el movimiento campesino, comunal, sindical, cooperativo y de DDHH entre otros. Avanzar en la unidad del movimiento campesino, popular, social, indígena del oriente colombiano. Crear una plataforma política que permita buscar soluciones alternativas a las necesidades del sector agrario, para enfrentar y construir alternativas relacionadas con la política de tierras, la defensa del territorio, la reivindicación del trabajo, la educación, la salud y la seguridad social. Se trata de sumar esfuerzos y de avanzar en la construcción de acumulados hacia la movilización. Luchar para un nuevo modelo económico, que posibilite la transformación estructural del modo de vida y de producción, y que permita garantizar y materializar los Derechos Humanos integrales, dignificar y humanizar el trabajo, reparar integralmente a las víctimas de la violencia y terror estatal y paramilitar, dignificar el arte y la cultura.
Desde IPO esperamos que ASCATRAMIG pueda seguir adelantando sus procesos políticos legítimos y pueda constituir, junto con todas las otras organizaciones y movimientos campesinos ya existentes, un ejemplo de lucha, trabajo digno y de valor para lograr un cambio en la búsqueda de una salida a una tragedia que en el transcurso de estos años ha afectado y sigue afectando a la mayoría de la población civil campesina víctima de un sistema de Estado colombiano degradado.

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