
IPO es una organización de acompañamiento internacional e información en Colombia, en solidaridad con organizaciones en resistencia no violenta.
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13.10.09: 12 de octubre liberación de la madre tierra en Cañomomo Lomaprieta
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30.05.13: Con irregularidades jurídicas y terror militar se pretende desplazar a la comunidad de Pitalito
21.05.13: El MOVICE apoya el retorno de la comunidad desplazada de Pitalito (Cesar)
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21.10.09
Por Eva Yera – IPO
Recientemente he leído un libro de Ryzard kapuscinski titulado “Encuentro con el Otro” que me ha inspirado para plasmar algunas de mis experiencias más importantes y enriquecedoras del hecho de estar con IPO. Una de las motivaciones que me atrajo a venir con IPO fue la posibilidad de conocer las comunidades campesinas, sus procesos organizativos, pero sobre todo su estilo de vida, su cultura, sus formas de resistencia, sus problemas y su día a día.
Soy nacida en una ciudad europea, Barcelona, y aunque mis abuelos procedían del campo tuvieron que emigrar en la posguerra civil española hacia la ciudad para poder sobrevivir. Yo ya he sido criada en una cultura urbana, occidental y en una época “próspera y de paz”. Así, se me antojó que meterme en unas comunidades campesinas en zonas rojas de Colombia podía ser una experiencia que supusiera bastantes contrates para mí y para mi mundo conocido.
Como dice Kapuscinski “ El Otro, los Otros, son calificativos que se pueden entender de muchas maneras y usar en los más diversos sentidos y contextos, como por ejemplo, para diferenciar sexos, generaciones, nacionalidades, religiones, etc.” Pero… “No pasemos por alto el hecho de que por lo general la noción del Otro se ha definido desde el punto de vista del blanco, del europeo”. Cuando como integrantes de IPO vamos por esas veredas de difícil acceso, no pocas veces nos llaman, especialmente los niños, “gringos” a todos los internacionales, aunque no seamos estadounidenses. Eso, que a veces nos puede hacer gracia y otras nos da mucha rabia, es un pequeño ejemplo de que todavía existe esa jerarquización de las culturas. Como dice Kapuscinski “ Es cierto que el Otro a mí se me antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el Otro”.
En mi caso, en este artículo mi Otro es el campesino, la campesina. Ese campesino/a con el que me encuentro, que nos cuentan sus historias, sus vidas, de sus comunidades…Esos desconocidos, esas extrañas, que aceptan y agradecen nuestra compañía, que nos abren sus casas y nos alimentan con su comida. Poco a poco esas personas nos empiezan a descubrir su propio pasado, sus mitos y leyendas, sus guerras, sus muertos, sus raíces y su identidad. Esos hombres o mujeres que quieren ser sus propios amos y dueños de su destino, y que les resulta odioso ser víctimas de los dominios ajenos y de esta guerra que sufren.
Y cada una de esos desconocidos que encontramos parece llevar en su interior a dos personas; se trata de una dualidad que a menudo resulta difícil de discernir y que en ocasiones me produce contradicciones. Una, es un ser como todas nosotras, con sus alegrías y sus tristezas, con sus días buenos y sus días malos, alguien que celebra sus éxitos, al que no le gusta pasar hambre ni frío, que percibe el dolor como desgracia y sufrimiento, y la suerte como disfrute y realización. El segundo, es un ser que se solapa y entrelaza con el primero, es portadora de unos rasgos raciales determinados, de una cultura, unas creencias, una ideología, un contexto y una historia. Estos dos seres conviven y se influyen mutuamente, no sólo en ellas sino también en nosotras, en todas las personas.
Así, me inundan esas emociones de identificación con ellas, con esas mujeres campesinas fuertes, salvajes, instintivas, avispadas, comprensivas, madres e hijas que mantienen los lazos familiares, transmisoras de vida. Y con esos hombres luchadores, razonables, llenos de sentido del humor, de risas y de miedos. Pero también me asaltan esas ambivalencias ante las diferencias, de cultura, de raza, de contexto: Ante esas mujeres que con 20 años ya tiene 2 o 3 hijos y que con mi edad (35) ya son abuelas. Ante esos hombres y mujeres machistas, que trabajan físicamente, con sus manos, acostumbrados a vivir en lo que para mí es selva, con esa falta de educación formal, de acceso a la salud y que sin embargo conocen remedios para todo y están muy bien adaptados a su entorno. Me sorprendo ante esos bebés espabiladísimos que con meses ya comen de casi todo y beben gaseosa. Esos niños que no pueden ir a la escuela o que apenas aprenden a leer y escribir. Y ante todos y todas, que de una forma u otra son víctimas del conflicto armado arraigado a la historia de este país. Y donde siempre se recuerdan a los amigos, líderes, hijos, hermanos, madres y padres muertos, los desaparecidos y las miserias de la guerra. Sin embargo, admiro profundamente su capacidad de resistencia, de seguir pa’lante, de continuar riendo ante la vida y disfrutando de las cosas buenas, como la música y el baile que les corre por las venas y les permite mover las caderas de esa forma que casi ningún “internacional”-como ellos nos llaman- somos capaces de hacer.
Un montón de aspectos en los que me identifico con ellos, somos iguales, y un montón de cosas que hacemos o percibimos de modos distintos. Dos mundos en uno. En un mundo globalizado.
Ellos y ellas llevan en su historia más reciente los desplazamientos forzados por la guerra, despojados de sus tierras, de sus raíces, abandonando la tradición del campo; que han sido oprimidos, perseguidos y matados y que en muchos casos se han visto arrojados al cultivo de la coca, como forma de subsistencia y de asistencia a los intereses del mercado internacional.
Así, el hombre que conocemos hoy en las comunidades campesinas ya es Otro diferente, un sujeto difícil de definir, de la híbrida cultura capitalista imperante y descendiente de mundos diversos y contradictorios; un ser de formas y rasgos mezclados, fluctuantes. El campesino con el que topamos en nuestros acompañamientos cultiva coca y poco maíz, plátano o yuca porque no le es rentable. Bebe gaseosa y cerveza en vez de agua potable, a pesar de estar rodeado de abundantes ríos y caños. No come fruta aunque sus tierras son fértiles para ellas. Lleva “blue jeans” y camisetas modernas. Muchas de sus casas no disponen de red eléctrica, de agua potable o baño. Pero a través de generadores eléctricos que funcionan con gasolina y que hay en todas las cantinas, casi todos tienen acceso así a la televisión, las telenovelas y a modernos equipos de sonido que hacen resonar una y otra vez, los vallenatos y los despechos en las cantinas a miles de vatios, mientras las mesas se llenan de cerveza, de ron y de aguardiente.
La experiencia de acompañamiento internacional a organizaciones campesinas en un país con un conflicto armado en las entrañas de su historia como el de Colombia, implica para la voluntaria de IPO muchas otras dimensiones que se ponen en juego: la política, la ideológica, de seguridad, de solidaridad, de compromiso, de formación, de lucha, de defensa de derechos humanos, etc. Pero en este artículo no quiero hablar de todo eso. Quiero centrarme en esa vivencia de “encuentro con el Otro, con la Otra”. En IPO nos preparamos para eso, para esos encuentros con los campesinos y campesinas, pues debe ser lo contrario a nuestro habitual comportamiento de cruzarnos indiferentes en medio de la multitud urbana. Y para mí, la esencia del encuentro radica en el diálogo. He pasado horas y horas hablando con los y las campesinas, cuya finalidad no es otra que la comprensión mutua, lo que conlleva a un acercamiento por ambas partes. Pero el Yo, se transmite al Otro no sólo con la palabra sino también con la presencia, la cercanía, la convivencia en un mismo lugar, directa. Afortunadamente eso nos lo permite nuestro acompañamiento. Y nada puede sustituir a esa experiencia.
Personalmente estos encuentros, resultan una experiencia profunda, simplemente bella, especialmente teniendo en cuenta el mundo del que vengo, donde muchas veces, más bien recuerda a un gran aeropuerto, una multitud compuesta por personas que, siempre deprisa y corriendo pasan indiferentes ante sus desconocidos congéneres.
Como apunta Kapuscisnki “la diferencia no impide mi identificación con el Otro” “El Otro soy Yo”.
A mis Otros, que forman parte de mi yo, a los campesinos y campesinas de Colombia.