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17.08.10: Indígenas de Arauca víctimas del conflicto armado
13.04.10: Asesinado lider y comunicador indígena Pijao: Mauricio Medina Moreno
3.03.10: Niegan la sustracción de la zona de reserva forestal de la Serranía de los Motilones
28.01.10: Las "Águilas Negras" intimidan y amenazan a las vícitimas de la masacre de la Herradura
30.10.09: Organizaciones de la Minga de Resistencia Social y Comunitaria nuevamente Amenazadas
28.07.13: Cierre de actividades de International Peace Observatory
30.05.13: Con irregularidades jurídicas y terror militar se pretende desplazar a la comunidad de Pitalito
21.05.13: El MOVICE apoya el retorno de la comunidad desplazada de Pitalito (Cesar)
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21.10.05
Los pasados días 10, 11 y 12 de octubre tuve la oportunidad de participar en un evento tanto mágico e intenso, cuanto absurdo y dramático, como fue la Minga Embera por la Paz.
Mágico porque caminar por 35 km con más de 7000 indígenas provenientes de varios departamentos del país, envuelta por los colores de sus vestimentas tradicionales y de sus himnos a la naturaleza y a la vida, es algo que marea los pensamientos y las emociones. Intenso porqué fueron tres días enteros con ellos, durmiendo en sus cambuches, bajo la luna y la lluvia, compartiendo palabras, comida, historias, sonrisas, susto y cansancio
Absurdo por como se desarrollaron las cosas, porque fue necesario pasar, una vez más, por la violencia de la policía y del ejército, para que la marcha se convirtiera de ilegal a legítima. Dramático por las razones que llevaron a convocar esta minga, por la cruel insensibilidad que demostró el Estado, por el trato que se reservó a miles de “hombres de paz” – según la definición que los indígenas dan y viven de sí mismos- mientras trataban de hablar con las conciencias de Colombia y del mundo entero.
En la tarde del día 9 de octubre llegaron a Santa Rosa (Risaralda) 14 buses con Embera Katíos provenientes de Tierra Alta (Córdoba). Durante toda la noche y la mañana del día siguiente siguieron llegando grupos de indígenas provenientes de Risaralda, Caldas, Quindío, Antioquia, Choco y Valle del Cauca con el objetivo de marchar hasta Manizales, denunciando las injusticias cometidas contra sus comunidades y reivindicando el derecho a sus tierras y a sus vidas.
“Nos levantamos en mingas contra la injuria, contra el TLC, contra el estado colombiano que nos ignora y nos desprecia. Lo que pretendemos es impedir que continúe la vulneración de los pueblos indígenas y exigir la atención del Gobierno a las necesidades que tenemos en materia de territorio, salud, seguridad, pero acorde con nuestros usos, costumbres y tradiciones culturales”, explicaron los líderes de las comunidades.
Las mingas son marchas pacíficas donde los indígenas buscan un espacio para su voz: pisando aquella tierra que les dio vida e historia, gritan a la nación su dignidad y las ignominias que les toca sufrir. Pero parece que este estado, que tanto habla de Justicia y Paz, no quiere entender, ni escuchar el idioma de la no-violencia. Afirmando que existía la posibilidad de que hubiesen infiltrados de grupos armados ilegales- insinuación que, según las palabras del senador de la Comisión Primera, Jesús Piñacué, “es una grosería”- la república democrática de Colombia prohibió la libera expresión de las ideas de los pueblos indígenas. En vez de tratar de garantir la seguridad de un evento pacífico como la marcha, el presidente Álvaro Uribe Vélez la vetó y envió uno de sus escuadrones antimotines a evitar la salida de las comunidades indígenas de Santa Rosa.
Hombres, mujeres y niños estuvieron parados en la carretera durante todo el día del lunes, desde la 7 de la mañana, sin buscar el enfrentamiento con los militares ni retroceder de sus posiciones. “No nos dejemos amedrentar por estos robots que están programados solo para cumplir órdenes”, exhortó una líder pijao, mientras los representantes de las comunidades conversaban con las autoridades locales presentes y con el Coronel Jorge Daniel Castro, comandante de la Policía Nacional, para que facilitaran el adelanto pacifico de la marcha. Los indígenas se quedaron inmóviles durante 9 horas, bajo el sol, hasta que, sobre las 4 de la tarde, una voz lejana, por teléfono, dio la orden de atacar a los pueblos concentrados en Santa Rosa. La Fuerza Pública lanzó sus gases lacrimógenos contra la gente, disparó sus balas de goma e incendió un carro donde estaban unas pertenencias de los indígenas. Dentro del humo se escuchaban los gritos de los niños y de las madres; la armonía de los colores se convirtió en el caos. Pronto se despejó el aire y esto era el panorama: familias dispersas, gritando el nombre de los hijos y los compañeros, para encontrarlos en el medio del tumulto; hombres heridos y desmayados; miembros de la Entidad Promotora de Salud Indígena (EPSI) empeñados a socorrer los lesionados y a sacar los casos más graves (13) para llevarlos al hospital mas cercano; y los antimotines, ahora inmóviles frente al susto y al dolor, presidiando el lote de tierra donde los indígenas se refugiaron después de la carga.
Fue en este momento que aparecieron unos representantes de las Naciones Unidas y que se comunicó que se facilitaría la movilización en carro de los indígenas hacia Chinchiná, de donde, al otro día, la minga habría podido seguir hasta Manizales. Pero los indígenas no aceptaron este compromiso tardío y decidieron quedarse en Santa Rosa, con la idea de salir a pie, el día siguiente, según sus propósitos originarios, que, sólo después de la injuria de la policía, sí fueron reconocidos como legítimos. Se volvieron a armar las carpas; se encendieron fogatas para preparar la cena, después de un día entero sin comer, bajo la presión del ejército; algunos miembros de organizaciones locales se preocuparon de llevar provisiones de agua a los indígenas. Se organizó una reunión para evaluar lo acontecido durante el día, no sólo en santa Rosa, sino también en la marcha que salió de la vecina localidad de Remolinos, donde los gases de la policía dejaron un balance aún más grave: la muerte por asfixia del indígena Marco Antonio Soto. La Guardia Indígena estableció turnos para velar sobre el campamento. que estuvo controlado por los antimotines durante toda la noche.
La mañana del día 11 se abrió con más horas de espera: no fue posible salir antes de la llegada de Sandra Devia, representante del ministerio del Interior, la cual vino a confirmar que, por fin, el gobierno autorizaba la marcha. Ni esta vez los indígenas se desanimaron y cuando sus lideres dieron la señal, empezaron su marcha larga y ordenada en dirección de Manizales. Caminaron por más de 35 Km, muchos descalzos, fieles a sus tradiciones, gritando eslogan contra la represión del estado y el TLC, reivindicando dignidad y autonomía. Se dispusieron en dos filas indias, ocupando un solo carril. Marchando y corriendo, en algunos momentos, ya que el camino era largo para recorrerlo todo en un sólo día, llegaron hasta Chinchiná, donde había el rumor que alguien, desde las más altas esferas, había puesto en guardia la población contra el saqueo que los indígenas habrían realizado en la ciudad. En realidad en ningún momento hubo tensión entre los manifestantes y la población: al contrario, cuando, sobre la 1 de la tarde, los indígenas entraron a Chinchiná, la población los recibió aplaudiendo y gritando “¡Que viva nuestros hermanos!”.
Sobre las 5 la marcha ingresó a la capital caldense: las mujeres y los niños llegaron en chivas y aquí esperaron a sus hombres que, con paso rápido, las alcanzaron, desafiando muchas subidas y la lluvia. Los indígenas se concentraron en el Parque del Arenillo, donde armaron un nuevo campamento de colores, y, durante la noche, redactaron el documento que contiene el mandato de la minga.
El día 12 los indígenas bajaron a las plazas de Manizales. Sus reivindicaciones se unieron a aquellas de los estudiantes, los sindicatos y las Organizaciones que adhirieron al paro nacional convocado, para este mismo día, por las centrales obreras, contra la reelección del presidente y la firma del tratado del TLC. Por las calles desfiló el orgullo de muchos pueblos; indígenas y habitantes de la ciudad de Manizales unieron sus voces y sus pasos, exigiendo lo que a nadie puede ser negado: dignidad y justicia. Casi 15000 personas se concentraron en la plaza Bolívar, de pie, sentadas en el piso o el las escaleras que rodean el parque. Un vértigo de matices y diferencias: caras indias, blancas, negras y mestizas; jeans y vestimentas ancestrales; pearcings y maquillaje tradicional.
En la fecha en la que se conmemora la llegada de los europeos a las Américas y el principio de una larga época de sufrimiento y exterminio, los pueblos autóctonos leyeron su mandato frente a la nación. “A nuestros antepasados les cortaron la lengua” comenta una líder del Tolima “para que no quedaran señas de nuestro dialecto.”Lo mismo quiso hacer el gobierno actual, pero no lo logró: le tocó escuchar las reivindicaciones de muchos pueblos unidos, que, hasta cuando no vean reconocida la legitimidad y la dignidad de sus identidades, continuarán a “marchar la palabra” según la consigna de sus ancestros.