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Primer encuentro de una internacional con campesin@s colombian@s

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27.02.06

Enero 25 de 2006
Entré en el campo del Nordeste Antioqueño el 4 de diciembre de 2005 para hacer el acompañamiento físico con IPO. La primera colaboración fue con CAHUCOPANA, viajando en mula y a pie durante tres días acompañando a los campesin@s al Taller de derechos humanos. Aproveché la oportunidad para quedarme por seis semanas, acompañando muchos otros eventos con CAHUCOPANA y la ACVC. Enseguida me animaron la gente, su lucha, el paisaje y el reto.

Durante el Taller un señor se enfermó de paludismo y no fue capaz de ni sentarse. Le acostamos en una hamaca colgado de un poste y lo cargamos a la casa de un vecino donde habían inyecciones para que él se recuperara suficientemente para poder andar en mula. En este momento fue obvio que suelen pasar cosas así. No hay ningún puesto de salud y mucho menos un hospital en la distancia de dos días de camino. Entonces, la gente inventa un sistema. Esta comunidad rural vive una convivencia que nunca he sentido.

Un amigo allá me explicó sinceramente, “Soy malo para comer solo. Si tengo algo de comer voy a hablar con alguien y le ofrezco un poco y como un poco. Después voy a ver a otro y hago lo mismo.” Los niñ@s ofrecen sus dulces antes de comer. Eso es la norma. Pretendo aprender a compartir, pero todavía me falta.

Me sorprende la alegría del pueblo, tal como viven sin lujo y tan cerca a la muerte. En la región el agua corriente es el río: la luz existe en unas pocas casa donde hay páneles solares o plantas. Toca viajar en mula porque no hay carreteras allá en aquellas montañas selváticas. Solo hay el camino real y la trocha. Tod@s los que viven en la zona pueden llegar a ser desplazados o asesinados. Sin embargo, o tal vez porque sufrir es lo cotidiano, saben también reírse, bailar, cantar, y trabajar duro. Cuando se encuentran en el camino se saludan, “¿Cómo está? ¿Bien o qué?”. Las familias comparten lo que tienen, y lo que tienen es poco. La cultura rural del nordeste antioqueño mantiene valores humanos que la población “civilizada”, incluso la cultura colombiana urbana, nunca aprendió.

A l@s campesin@s les fascina que no hablo español con mi familia o amig@s en mi país, los Estados Unidos. Me piden hablar en inglés para solo escucharlo. Venimos de culturas muy diferentes, no solamente por la diferencia en nacionalidad, sino también por el nivel de educación, y el contraste entre lo rural y lo urbano. Sin embargo, entienden que no apoyamos las políticas que les están matando. Comprendemos que tenemos más en común uno con el otro que con nuestros gobiernos. Hay un respeto y un afecto mutuos entre el campesinado y los acompañantes que nos une profundamente.

L@s campesin@s y yo discutimos sobre quien es más valiente. Ell@s dicen que yo porque vine a meterme en una zona de conflicto armado que no conocía. Es cierto que tuve miedo antes de llegar, pero es obvio que son ell@s los valientes, arriesgando la vida diariamente para defender la tierra en que han construido su hogar. Mientras que estas familias no dejen de ser desplazadas por el gobierno colombiano y las corporaciones multinacionales, continuarán en peligro, resistiendo. L@s campesin@s son más que la inspiración que esperaba cuando llegué a Colombia. Algunos me han dicho: “Tenemos que luchar hasta el final”. Así que mi compromiso con la lucha se une íntimamente a la de l@s campesin@s y se fortalece.

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