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No Hay Más Ciego que El que No Quiere Ver

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18.12.06

IPO Catalunya

Bárbara Pascuál
Barcelona, Cataluña
ipocat@gmail.com
ipocatalunya@yahoo.es

Cuando hablamos de Colombia hablamos de un país en el que uno de cada dos colombianos puede considerarse pobre, es decir, con ingresos inferiores a tres euros diarios y uno de cada seis es indigente, lo cual implica que ingresa menos de un euro y medio diario. Hablamos también de uno de los países en los que existe más desigualdad entre los ricos y los pobres, el 20% más rico de la población capta veinte veces más ingreso que el 20% de los más pobres. Estas desigualdades aun se agudizan más cuando diferenciamos las zonas rurales de las urbanas. Un 45% de la población que habita en las ciudades es pobre y si hablamos de las zonas rurales esta cifra puede llegar a alcanzar el 63%. 8 millones de personas que se encuentran en las zonas rurales pasan hambre y casi 27 millones se alimentan sin carne.

A todo esto podemos afirmar que a fecha de hoy nadie se ha atrevido a cuantificar el coste de la violencia que acecha al país. A parte de las vidas humanas que se han quedado por el camino durante los últimos 42 años, el coste que ello ha supuesto a la población actual es incalculable, pero siguen sufriendo las consecuencias.

Mientras los grandes organismos se reúnen en sus despachos para intentar encontrar una solución a la pobreza, en Colombia uno de los países con un mayor porcentaje de pobres y de indigentes, seguimos reivindicando el primordial derecho del que dispone el ser humano: la vida.

De nada sirven los cálculos econométricos, las estimaciones, previsiones de crecimiento, análisis económicos, de tendencias o financieros si no existe la base primordial. Con ello no intento menospreciar lo anterior ya que entre otras cosas, considero son temas muy necesarios e importantes y sería echarme
piedras sobre mi propio tejado, pero si es cierto que antes todo y por encima de todo está el ser humano.

Los datos económicos que se desprenden del campo colombiano son realmente escalofriantes.

Hace un año conocí a un pequeño campesino en la zona del sur de Bolívar cuya experiencia demuestra perfectamente la problemática existente. Este señor casado y con cuatro hijos (uno de ellos enfermo de epilepsia y sin posibilidad de conseguir un tratamiento por lo caros que son) se dedicaba junto a su mujer a regentar una tienda. El matrimonio se mantenía de los beneficios que la pequeña tienda, en una vereda habitada por unas 80 familias y a unas cuatro horas de camino de la población más cercana, les daba. Cuando se quedaban sin comida ni bebida que vender debían acercarse a la población más cercana (a unas cuatro horas de camino) para volver a aprovisionarse. Una mañana la mujer bajó al pueblo con intención de comprar aquello que hacia falta en la tienda. El carro en el que viajaba de vuelta a casa fue retenido por un retén paramilitar. Se lo quitaron todo, absolutamente todo, lo cual y desde aquel momento implicó la total ruina de la familia. Habían utilizado todo el dinero recaudado para volver a aprovisionarse. Desde ese momento el hombre, bastante crecido en años, empezó a cultivar yuca y alguna que otra verdura y cereal discretamente en una pequeña extensión de tierra que disponía.

Durante un tiempo fue de eso de lo que la familia vivía y los excedentes los vendía a la propia población de la vereda disponiendo de efectivo para poder adquirir otros alimentos o ropa. Al año empezaron en la zona las fumigaciones con glifosato. Su pequeño huerto no fue una excepción, y en un solo día quedó absolutamente todo arrasado por ese veneno que aun hay quienes se atreven a decir que no afecta nada más que a la coca.

En esta circunstancia conocí a aquella familia, a ese niñito enferma y sin futuro ninguno, al padre de familia que contaba la historia de forma serena y resignado ante una situación que a aquellos que estábamos escuchando nos hacia hervir la sangre, a una madre con la mirada triste y a tres niños más que dentro de la casa hacían de sus travesuras siendo de cierto modo, totalmente ajenos a un futuro negro que les venía encima.

Lo peor de la historia es que este caso, para nada es algo aislado dentro de la dinámica del campo colombiano en dónde comprar una libra de arroz es más caro que en la ciudad por los impuestos que han de pagar los campesinos en los retenes ilegales que se encuentran por los camino. No se tiene acceso a la medicina, a la cultura, a una dieta equilibrada ni siquiera a una casa con las condiciones mínimas. El bloqueo que sufre la población rural cada vez es más feroz.

Estos y muchos más son los inconvenientes con los que se encuentra la economía campesina para salir a flote y lo más irónico del caso es que estamos hablando de uno de los países más ricos en recursos naturales sobre todo minas de oro y petróleo.

¿Ustedes lo entienden? Yo creo, que la respuesta es muy simple.

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