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"Naya: no habrá silencio ni olvido"

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16.05.06

por Jhanna
Agencia Prensa Rural
Popayán, 11 de abril de 2006

Mientras la oligarquía payanesa abre sus puertas al mundo para
presentar un acto más en la circense tradición de su semana santa,
conscientes del histórico conflicto social y armado que afronta
nuestro país, recordamos con espíritu de lucha a las personas que hace
cinco años sufrieron la masacre perpetrada por tropas militares y
paramilitares en la hoya hidrográfica del río Naya, comúnmente
denominada como la región del Naya; y a su vez, reconocemos la
resistencia y el proceso organizativo que las comunidades
afrocolombianas, indígenas y campesinas vienen construyendo para
defender su territorio de los intereses del capital.

Breve reseña de una masacre

La masacre ocurrida durante el mes de abril de 2001 se inscribe en la
lista de actos de mayor barbarie en la reciente historia del
departamento del Cauca. Durante varios días consecutivos, siendo los
más cruentos “miércoles y jueves santo” 11 y 12 de abril, alrededor de
500 hombres pertenecientes a las tropas paramilitares del Frente
Calima de las AUC en complicidad con soldados de la Tercera Brigada
del Batallón Pichincha con sede en Cali incursionaron en las veredas
de Patio Bonito, El Ceral, La Silvia, La Mina, El Playón, Alto Seco,
Palo Grande y Río Mina, violentando y aniquilando a innumerables
habitantes de la región bajo el manido argumento de que éstos actuaban
como colaboradores de grupos guerrilleros.

Las cifras exactas de cuántas personas fueron asesinadas nunca se
conocieron, pero se considera que aproximadamente 100 habitantes
nayenses murieron, siendo sometidos antes a brutales torturas,
mientras que otros tantos se vieron obligados a desplazarse huyendo
del terrorismo de estado.

Los hechos quedaron en la impunidad, muy a pesar de ser denunciados,
inclusive comunicados y puestos en alerta ante organismos estatales
meses antes de que sucediera la masacre. Como respuesta a largo plazo,
en el gobierno de Uribe Vélez, que nada entiende de justicia, se
aprobó abiertamente la legalización paramilitar mediante la ley de
“justicia y paz”.

Pero la historia no termina allí

En el año de 1993, durante el mandato presidencial de César Gaviria,
se ratificó la ley 70 que otorga libertades para fumigar con glifosato
distintas áreas del país en las que se considere existen “cultivos
ilícitos”. A raíz de esta decisión, la región del Naya fue asperjada y
como consecuencia 28 niños murieron debido al veneno de la fumigación.

Posteriormente, en el mes de noviembre de 2005, sujetos armados,
vestidos con prendas militares y encapuchados, ingresaron nuevamente
por el municipio de Buenos Aires (Cauca) a la región del Naya. En el
lugar La Mina, 15 de estos hombres, consumiendo drogas alucinógenas,
indagaron de manera insistente por un líder social de la región y, a
su vez, en el sector de Patio Bonito, uno de ellos, respaldado por
otros 100, abordó a varios de los habitantes que transitaban por el
camino haciéndoles preguntas, tratándolos de manera amenazante e
intimidatoria, acusándolos de tener vínculos con las guerrillas y
constatando que sus nombres no se encontraran inscritos en un listado
que tenía en mano.

Ante estos hechos, las comunidades sentaron su voz de protesta,
alertaron a las organizaciones de derechos humanos y demandaron a las
autoridades nacionales tomar medidas necesarias para proteger la vida
y la dignidad de quienes se encuentran en el lugar; sin embargo,
salvaguardando sus intereses, tal como sucedió en el 2001, estos
organismos poco hicieron al respecto.

¿Por qué el Naya?

Este salvajismo estatal que pretende exterminar la vida, la cultura y
la memoria de quienes se oponen a su actuar devastador, tiene razón de
ser en un sistema dominante que busca alcanzar la globalización y
conservación de sus lógicas fundamentándose en el capital nacional y
trasnacional.

La región del Naya, ubicada entre los departamentos Cauca y Valle del
Cauca, comprende un área aproximada de 190 mil hectáreas que limitan
por el oriente con los cerros San Vicente y Naya, por el occidente con
el Océano Pacífico, por el norte con el cambio de aguas de los ríos
Yurumanguí y Naya, y por el sur con el cambio de aguas de los ríos
Naya y San Juan de Micay. Su territorio comprende un bosque natural
con potencialidades de tierras, agua, flora y fauna. Por su riqueza
hidrográfica y su gran biodiversidad, los ojos del imperio, ocultos
tras el inminente discurso del desarrollo, han estado y seguirán
estando puestos en ella.

La idea de construir un corredor biológico mesoamericano que iniciaría
en México, atravesaría Panamá y terminaría en el Chocó biogeográfico y
la cuenca del río Naya, es uno de los proyectos por el cual más formas
de violencia se han implementado en este territorio. Dicha propuesta,
impulsada por el Banco Mundial (brazo económico del capital
estadounidense) mediante un aporte de 25 mil dólares, es respaldada
por instituciones como la Fundación Proselva, la transnacional
Conservación Internacional y la Universidad del Cauca.

En este proyecto se encuentran implícitos fines relacionados con la
entrada de empresas, organizaciones e instituciones multinacionales
que propenden por la investigación “ambientalista”, el “desarrollo” en
infraestructura, la producción biotecnológica y el fomento de diversos
macroproyectos.

A ello se suma la disputa que existe entre los habitantes del Naya y
la administración de la Universidad del Cauca, que alega la posesión
de estas tierras fundamentada en un decreto presidencial suscrito el 6
de octubre de 1827. En su artículo 5, el decreto en mención es claro:
la universidad no tiene los derechos sobre el territorio, sino
exclusivamente sobre una mina de la región, pero ésta arguye lo contrario.

En una lectura equívoca, totalitaria más no ingenua, ligada a los
intereses del corredor biológico mesoamericano, del capital y del
desarrollo, la universidad pisotea y desconoce la legitimidad del
pueblo nayense como habitante y constructor de una región, una
identidad, una cultura y un proyecto de vida que le otorga la facultad
de proclamarse único y verdadero dueño de su territorio.

Fumigación, muerte, destrucción, intentos de desalojo y expropiación
hacen parte de los innumerables mecanismos utilizados por el capital
para redimensionar las formas de “ocupar” un territorio; sin embargo,
frente a estas dinámicas de guerra y sostenimiento del sistema, la
comunidad nayense permanece en resistencia.

Una lucha por la libertad

La resistencia, entendida como una lucha que sienta sus bases en la
defensa del territorio, la vida y la identidad de los pueblos, ha sido
el camino por el cual los habitantes del Naya continúan avanzando para
romper los lazos de opresión impuestos en su región.

Establecidos en diferentes procesos organizativos, afrocolombianos,
indígenas y campesinos trabajan y se movilizan para exigir sus
derechos. Desafiando la exclusión social y la continua persecución
estatal construyen alternativas de empoderamiento orientadas a
proteger su medio ambiente y sus recursos naturales, a consolidar el
trabajo comunitario, a rescatar y reafirmar la cultura y la historia
que los constituye.

En un grito de libertad, teniendo siempre presente la memoria de sus
muertos, el Naya proclama: No habrá silencio ni olvido.

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