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Los juegos del Estado colombiano. La María, Piendamó, Cauca (13- 19 de mayo de 2006)

29.05.06

por Valentina Goffo

“Por vida digna y soberanía nacional: Caminamos la palabra…” Con esta consigna varias organizaciones sociales de toda Colombia convocaron una Cumbre Nacional Itinerante, en el Resguardo Indígena La María, Piendamó, Cauca, a partir del día 13 de mayo de 2006. El objetivo de esta cumbre era crear mecanismos de coordinación y comunicación entre las organizaciones sociales para promover acciones comunes frente al actual modelo de desarrollo, el Plan Colombia, el TLC y la reelección del presidente, y exigir el inmediato cumplimiento de acuerdos ya tomados con el Estado y nunca respetados. Esta cumbre se transformó en un episodio de guerra, donde resaltaron la brutalidad y las políticas de represión, mentiras y terrorismo del actual gobierno de Colombia.
Más de 16.000 personas, sobre todo indígenas del Cauca se reunieron en aquel que fue declarado Territorio de Convivencia, Diálogo y Negociación, un resguardo indígena guambiano, ubicado entre los cafetales, poblado por un grupo indígena que aún no ha perdido su idioma y sus tradiciones ancestrales.
La reunión empieza el día 13 de mayo, con la llegada de la Guardia Indígena del Cauca y de las primeras caravanas de pueblos. El día 14, por todo el resguardo de la María, se arman carpas y cambuches. Los pueblos comienzan a reunirse, intercambiando inquietudes y experiencias. Por la noche se brinda, con chicha, a la luna y a las ganas de justicia, que han convocado a tanta gente en el mismo lugar.
El día 15, el clima se hace inevitablemente más tenso: todas las organizaciones presentes – de indígenas, campesinos y afro descendientes- concuerdan con la urgencia de exigir al Estado que cumpla con sus deberes frente a los pueblos. Todos denuncian la negligencia del gobierno como un instrumento de opresión de los pueblos.

El día 16, los pueblos reunidos deciden ocupar la Panamericana, para solicitar la presencia de una comisión del gobierno en la Cumbre. Se trata de una medida, sin duda, extrema, pero exactamente conforme con las líneas de acción de un estado que promete y no cumple, que no quiere dialogar, ni cambiar, sino seguir hiriendo y matando a los pueblos, quienes no están reivindicando nada más, ni menos que sus derechos naturales- la vida, la dignidad, la tierra-. La respuesta del gobierno a esta acción es una orden de arremetida contra los indígenas. Unos policías de los Escuadrones Móviles Antidisturbios (ESMAD) atacan a los manifestantes con gases. Los indígenas se defienden alzando los bastones de mando. Sus armas contra el humo y los químicos son: agua, limones y, más que nada, su determinación a ganar lo que les es debido. Logran que la policía retroceda: las matas de café son sus escudos contra las balas de fusil que siguen los gases. Cae el primer indígena muerto (Pedro Coscué de Corinto, Cauca) y muchos ya son los heridos. Tres ESMAD son capturados por los indígenas: ese traje de guerreros de las galaxias que los protegen de cualquier tipo de golpe, haciéndoles creer que nadie será capaz de vencerlos y que, por eso, pueden cometer cualquier tipo de barbaridad, en realidad es lo que facilita su derrota, ya que es lo que obstaculiza sus movimientos entre los cafetales. Una ambulancia los lleva hasta el puesto de salud de La María, donde, juntos con los demás heridos, los atiende una brigada de médicos y enfermeros voluntarios.

Pasa menos de media hora y el Estado busca su venganza, con la furia de un gigante golpeado por un niño, con una rabia que no es ciega, sino que calcula fríamente como y donde golpear, para que el dolor sea más atroz. Se escucha el ruido de un helicóptero y empiezan a caer los gases: la gente corre, pero es mucho más difícil huir a un ataque aéreo. Los gases caen en la carretera, las casas, los cafetales. Lo que se ve son nubes de humo enormes. Lo que se escuchan son los gritos de los niños y las mamás, mientras la Guardia Indígena trata de cuidar y proteger a su gente.
El miércoles se llega a un trato con las autoridades del Estado: los indígenas abrirán un carril de la Panamericana, hasta la 1 de la tarde, hora en la que se espera la llegada de una comisión del gobierno. Se acerca la 1: llega a La María el General de la Policía nacional, que nadie ha convocado y que quiere reunirse con la gente. Llega también la noticia que la comisión está atrasada y no va a poder estar en la María antes de las 3 de la tarde.
A las 3 no llega ninguna comisión, sino que empieza otro ataque, aún más violento, de los ESMAD. Resulta claro desde el principio que las fuerzas armadas del Estado no se han mantenido a dos Km de distancia de La María, como había sido previamente concordado entre los manifestantes y un estado al que, al parecer, le gusta tomar acuerdos, para no cumplir con ellos. Nos damos de cuenta que el Ejército y la policía han rodeado por completo el resguardo. Los ESMAD lanzan sus gases: mucha gente empieza a correr por los cafetales, otros tratan de frenar el ataque, apagando las bombas químicas con agua y barro. Los más rápidos recogen sus maletas y sus cambuches – en realidad no son sólo lo más rápidos, sino los que más experiencia tienen con la brutalidad de la policía-. En breve me doy de cuenta de que todos los que dejamos nuestro equipaje en las casa, ya lo perdimos todo. Los ESMAD ya están dentro del caserío: mientras un cordón de policías amedrenta a los manifestantes, no sólo con gases, sino también con bastones que tienen alambre de púa en la punta, el resto quema y destruye todo lo que no se pueden robar. Queman el centro de salud y el centro de comunicaciones, con todos los equipos y el material recogido en el transcurso de la cumbre. Queman la oficina del gobernador del cabildo, el comedor comunitario, una tienda y dos casas. La escena es horrible: hombres vestidos de negro y verde entre cortinas de humo, acabando con todo.

Ya va cayendo la noche. Con una bandera blanca improvisada se pide una tregua para sacar un herido- otro herido por balas de fusil-. La gente empieza a contar los heridos (más de 30) y los desaparecidos (más de 15). Se habla de más muertos: un niño muerto a golpe de palo y una mujer indígena – sus cadáveres aún no aparecen-.Después de que todos estos crímenes ya han sido consumidos, llega una comisión de la Defensoría del Pueblo Regional. Lo que hace es constatar los daños, armando una comisión que filme en que condiciones ha quedado el resguardo. Después se va, dejando el pueblo solo, frente a la noche y frente a un grupo siempre más numerosos de policías y militares. Parecen que van a atacar de nuevo: unos corren otros se quedan quietos, como una amiga nuestra, que ya ha vivido experiencias similares en Japio y La Emperatriz. Dice que la primera vez es normal tener miedo, pero que después uno ya se acostumbra. Nos invita a pasar la noche en el cambuche donde está toda su gente: aceptamos, ya que no tenemos ni carpa, ni cobijas para arroparnos, después que las fuerzas armadas del estado han quemado, junto con las de todos, también nuestras pertenencias.
El jueves llega una comisión conformada por la Defensoría nacional, dos senadores y las Naciones Unidas: todos denuncian la brutalidad del ataque y exigen que sean punidos los culpables. Alguien denuncia a la Defensoría por haber dejado que la muerte llegara antes que ella a La María. Una mujer denuncia el robo de café cometido por unos policías y dos casos de violaciones contra dos mujeres de la cumbre. Por la noche la Defensoría se va: el ejército y la policía siguen rodeando el resguardo; la gente duerme en sus cambuches, calentando con su alegría y su fuerza una noche con pocos abrigos, compartidos entre todos.
El viernes se realiza el intercambio entre los policías capturados por los manifestantes (sólo 2, porque uno, en graves condiciones de salud, ya ha sido entregado) y los 27 indígenas detenidos por los militares. Los dos ESMAD agradecen a la Guardia Indígena por el buen trato que les han reservado. Nadie entrevista oficialmente a los indígenas, pero los cuentos que he escuchado, hablan de golpes, insultos y amenazas. Este mismo día los militares abandonan el resguardo, para instalarse en una casa que está justo en frente a la entrada del caserío. Termina el secuestro de más de 16.000 personas en el Resguardo. La gente ya puede salir y volver para sus tierras, pero sin que se haya llegado a las tratativas esperadas con el gobierno.
Fue un juego más del estado colombiano con sus pueblos. Un juego cruel, donde las únicas reglas fueron, una vez más, la trampa y la mentira. Un juego que se acabó dejando en la impunidad los crímenes del Estado y pretendiendo tirar al olvido las reivindicaciones de los pueblos, cuyas voces no fueron realmente escuchadas, pero sí demostraron que callarlas no es cosa fácil, ni posible…
”Por vida digna y soberanía nacional: Caminamos la palabra”: la consigna sigue siendo válida.

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