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20.03.07
Se llamaba William, tan sólo tenía 26 años, 3 niños y esperaba junto a su compañera la llegada de su cuarto hijo. Digo se llamaba, sencillamente porque la muerte se ha ensañado con los campesinos del nordeste antioqueño, como si no fuera suficiente la sangre que ya ha sido derramada en estas tierras.
William, un campesino que habitaba con su familia en la Vereda de Altamar, es el protagonista de esta historia que solo pretende ejemplificar una realidad recurrente en el nordeste antioqueño.
Era Domingo, 4 de febrero de este año para ser más exactos, William salió de su casa con un amigo hacia la vereda de Cancha de Manila a buscar la carne para el almuerzo de su familia. En el camino, fueron detenidos por el Ejército que hace presencia en la región, el Batallón Calibio. Ese día William no regreso a su casa. Su amigo, que horas después fue dejado en libertad por el Ejercito le contó a su compañera lo sucedido. Ante la angustia de su desaparición, su familia y amigos se dirigieron al día siguiente hacia Cancha de Manila para hablar con el mando a cargo de la tropa militar e indagar sobre el paradero de su compañero. La respuesta que recibieron de los militares era que ellos no sabían nada, que se fueran de ahí. Cuentan los campesinos que ese lunes, en donde los únicos que hacían presencia eran los militares, en horas de la mañana, se escucharon disparos en la vereda. Es usual que en la región se finjan combates para justificar los asesinatos que el Ejército comete contra los campesinos, según ellos auxiliares de la insurgencia.
Efectivamente a la llegada de la familia y amigos de William no había nada que hacer. Su cuerpo, ya sin vida, portando prendas militares fue reportado como “una baja guerrillera en combate”. Sus familiares, a pesar de las reiteradas negativas dadas por el Ejercito, decidieron quedarse en Cancha de Manila en búsqueda de respuestas que pudieran esclarecer la incertidumbre de la perdida. Llego el Martes y con él la llegada del helicóptero del ejercito que traía los víveres para la tropa. Antes de despegar, el cuerpo de William fue llevado a la aeronave envuelto en plástico negro. Esa fue la última vez que su compañera y sus 3 hijos lo vieron: ese fue su adiós.
Nadie entiende que fue lo que paso. Por qué un hombre trabajador cuya única arma que conocía era su machete, su arma de trabajo, con la que se ganaba el sustento para su familia, era ahora presentado como un “subversivo muerto en combate”.
Hoy en día, la familia de William no solo padece el dolor que deja su pérdida, sino también se han visto obligados a desplazarse de sus tierras por el temor que se repita la misma historia contra alguno de ellos.
Así como la historia de William, hay muchas historias similares en el nordeste, desde septiembre de 2006 hasta la fecha van 6 campesinos muertos, o según el ejercito, 6 guerrilleros dados de baja en combates.
Para nadie es un secreto que el nordeste antioqueño es una zona que históricamente ha contado con la presencia de los diferentes actores armados, pero reducir el conflicto social y político que padece la región a una disputa territorial de estos actores, es desconocer las verdaderas causas estructurales que degeneran en una guerra sucia contra la población campesina.
Para comprender el conflicto se hace necesario dimensionar las riquezas que estas tierras tienen, como son el oro, los bosques y las fuentes hídricas existentes. No es mera casualidad que ahora multinacionales como la Kedhada, filial de la Anglo Gold Ashanti, tengan sus ojos puestos sobre la región. Lo paradójico del asunto, es que mientras existe tanta riqueza, el campesinado esta sometido a condiciones absurdas de pobreza. Pero decir, que existen intereses sobre los recursos naturales de la región, fuente de sustento y patrimonio de los campesinos, no es algo nuevo ni sui generis, lo realmente relevante es cómo las estructuras estatales y para estatales, es decir las fuerzas militares y las supuestamente “desmovilizadas autodefensas campesinas”, hoy rearmadas y conocidas como las Águilas Negras, son las que custodian los intereses foráneos.
Esa custodia significa atropellos contra la población civil campesina, significa abusos evidentes por parte del ejército que se toma las atribuciones judiciales en sus manos, mejor dicho se vuelve Dios y Ley. Ejemplo de ello son las detenciones arbitrarias, las torturas, las reinserciones forzosas, los señalamientos, las constantes amenazas, el desplazamiento forzoso, etc.; todos ellos son ejemplos manifiestos de la violación de los derechos civiles y políticos del campesinado de la región. Como William, hay muchos más hombres que nombres que corroboran estos abusos. Hay una historia no contada de violencia muy marcada, hay masacres que no permiten olvidar, hay una lucha por sobrevivir.
Sin embargo, a pesar de la fuerte militarización que vive la zona, la ausencia estatal se hace manifiesta. Imaginarse que los niños no puedan tener una educación sencillamente porque no hay escuela o porque si la hay no hay maestro o no son los suficientes niños para que les adjudiquen un profesor, el cupo reglamentado para tener el privilegio de acceder a un derecho tan fundamental. O pensar que enfermedades como la malaria o como una enfermedad diarreica aguda, que ha cobrado la vida de muchos niños, puedan tratarse adecuadamente. Definitivamente no le podemos endilgar exclusivamente al conflicto armado todas las muertes del nordeste, la ausencia estatal, refiriéndome a la institucional, también ha aportado a la elevada mortandad.
Ni lo internacional se escapa de lo violatorio. Sí, tras un discurso de lucha contrainsurgente se justifican un sin fin de vulneraciones al Derecho Internacional Humanitario (DIH) como lo son los constantes confinamientos, como en Lejanías y Cancha de Manila, veredas que han tenido que resistir en Refugios Temporales Internos ante un inminente desplazamiento masivo; o los persistentes bloqueos económicos, sanitarios y alimentarios a los que se ha visto sometida la población campesina; o la utilización del campesinado como escudo humano, ejemplo de ello la base establecida por el Ejército en la vereda Lejanías a escasos 30 metros de la escuela veredal, otro ejemplo más, donde las fuerzas militares no aplican el DIH en su actuar, o ¿cómo se puede explicar la no aplicación del llamado “principio de distinción” ?.
Y en últimas, el panorama sigue igual. Todos los días hay familias desplazándose, hay una zozobra manifiesta sobre el mañana, hay más desarraigo, sin embargo, para el gobierno nacional lo que hay es una zona productiva, una zona para explotar y adjudicar a las empresas transnacionales, traedoras de trabajo, tecnología y beneficencia, eso sí, todo a cambio de unas pocas miles hectáreas de zonas ricas en recursos naturales que están costando tantos desplazados y difuntos.
Por eso, en éste ejemplificante panorama se hace más válida la lucha y la resistencia de un campesinado que reivindica un derecho a la vida digna y que exige el respeto a sus derechos, derechos tan humanos como el de cualquiera. Porque las voces de William, Heriberto y Guillermo que ya fueron acalladas este año 2007, se avivan en nuestras voces campesinas, indígenas, afrodecendientes, obreras, estudiantiles, populares y sociales.