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EL DOLOR NO MANDA CARTA NI TELEGRAMA (Viaje por el Departamento de Arauca)

22.09.09

Por Joaquim Corbi Canal-IPO

La mañana amanecía calurosa en la vereda Filipinas. Atrás quedaba una noche de lucha contra zancudos y otros insectos, cuando apareció el vendedor ambulante por la callejuela principal,donde habitan 75 familias, con remedios contra todo tipo de males.

Pero ni los insectos ni la cantinela del vendedor ambulante borraban de nuestra mente el primer encuentro acontecido el día anterior con el ejército en la vereda Filipinas,municipio de Tame, Departamento de Arauca.

El Departamento de Arauca es uno de los 32 Departamentos de Colombia y se encuentra situado al norte del país, limítrofe con Venezuela. Tiene una extensión de 23.818 kilómetros cuadrados, limita al norte con el río Arauca y consta de siete municipios. La tierra de esta zona es rica y muy propicia para el cultivo de cacao, plátano, yuca, arroz, maíz, árboles frutales, palma africana, sorgo, soya y ajonjolí. Otro puntal de la economía es la ganadería y, sin duda, la estrella económica la constituyen las explotaciones petrolíferas.

La vereda Filipinas es una de esos lugares llamados “zona roja” por el ejército colombiano, con antecedentes de violencia gratuita para una población básicamente campesina. Aún tintinea en los ojos de la gente los fuertes combates que acontecieron el pasado 8 de julio de 2009 cuando tropas de la Brigada XVIII del Ejército y grupos guerrilleros se entablaron en cruenta lucha. Baste decir que el ejército empleó helicópteros para bombardear,lo cual resultó en daños a bienes de la comunidad.

En este contexto, miembros del Observatorio Internacional de Paz (IPO) nos personamos en esta vereda para inspeccionar la situación actual,interlocutar con el ejercito y acompañar a la comunidad, impidiendo violaciones de los tratados internacionales sobre los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. Veníamos de un acompañamiento en la vereda La Arenosa, donde una representante del Colectivo de Abogados Humanidad Vigente había impartido un taller sobre derechos humanos.

Un primer retén de las fuerzas especiales del ejército nos identificó, miró nuestras fotografías, comprobó nuestro parecido y nos permitió seguir adelante, tras las advertencias de rigor sobre la peligrosidad de la zona y las bondades del ejército protector. Un segundo retén intentó no sólo identificarnos sino también tomar nuestros nombres. Estábamos a la entrada de la vereda. En realidad eso es algo que no está permitida bajo la ley ni por la constitución colombiana y, por lo tanto, no tiene porqué hacerse, así que seguimos adelante sin permitir lo que ellos llaman un “empadronamiento”, que no deja de ser una toma de datos para tenerte bajo su control. Nos dejaron continuar con nuestro avance hacia un lugar de descanso. Dejamos bolsas y equipaje en nuestra particular residencia y coincidimos en que nos apetecía tomar un refresco, así que fuimos camino de una cantina para saciar nuestra sed y tomarnos un respiro.

La elección de la cantina fue acertada, pues desde ahí observamos como el ejército desplegaba sus piezas, como si de una partida de ajedrez se tratase. Los veíamos acercarse, hasta llegar a nuestra altura. Allí un teniente se dirigió a nosotros. Presentamos a IPO y explicamos el trabajo que venimos desarollando en la zona. Muy amablemente intentó nuevamente tomar nuestros datos y nos manifestó los peligros que corríamos. Sólo hacía dos meses que el ejército había conseguido acceder a la vereda Filipinas, aquella era una zona poco segura para nosotros, una zona donde la guerrilla podía atacarnos en cualquier momento.Con una total preocupación paternalista por nuestra seguridad, insistía en tomar nuestra filiación siguiendo órdenes de su superior jerárquico y fuimos a acompañarle a conocer a su mando directo y parlamentar con él. Era un mayor del ejército y tambien aprovechó para advertirnos que estábamos en plena “zona roja” y ofrecernos protección, no fuera caso que sufriéramos algún ataque guerrillero de noche.

Nos hablaban de protegernos por lo peligroso de la zona, sin recordar que existen unos derechos que amparan a toda la población civil en todo conflicto armado, unos derechos que deben ser respetados por todas las fuerzas públicas en cualquier estado de Derecho. ¿Acaso no supone poner en peligro a la población civil de la vereda Filipinas el hecho de tener plantificado un número indeterminado de miembros del ejército en las mismas puertas de la población?, ¿acaso no se pone en peligro la población cuando esos mismos militares se pasean por la depauperada calle principal de esa vereda? Si se da un enfrentamiento armado entre estos soldados y la guerrilla, sería la misma población civil que quedaría en medio de fuego cruzado. ¿Qué fue del principio de distinción? Sí, ese principio jurídico que obliga a diferenciar entre combatientes y población civil para proteger a los civiles. No debe olvidarse que las fuerzas armadas estatales tienen la obligación legal de proteger a la población civil, incluso a la población civil de la vereda Filipinas, compuesta por personas del campesinado colombiano y esa finalidad no se consigue paseando por sus calles, apostándose junto a sus moradas…

Conviene apuntar, también, que en la vereda Filipinas se descubrió una pintada enorme de un águila negra, símbolo inexcusable de la existencia de los paramilitares en el lugar. Dicha pintada fue debidamente disimulada con pintura blanca para que no fuera reconocible, pero lo curioso del caso es que, ante la queja de los vecinos el responsable de turno del ejército se desentendió del tema afirmando que sólo se trataba del ejercicio de un soldado con cierto regusto por la pintura. ¿Acaso los mandos del ejército no son conscientes del efecto intimidatorio que una pintada de este tipo puede tener en la población civil?, ¿acaso no saben que es la simbología usada por los paramilitares y una forma de amedrentar a la población civil? El simple hecho de no darle importancia demuestra la falta de respeto por una población que vive constantemente amenazada, por una población que lleva la palabra temor inscrita en la frente, de una población que anhela la paz, la tranquilidad y poder trabajar tranquilamente las tierras de cultivo.

Nuestro viaje por la vereda Filipinas también nos llevó a conocer la situación de determinadas familias, cuyo nombre mantendremos en el anonimato por razones de seguridad, pero que nos permitieron observar con nuestros propios ojos los estragos de bombardeos, de ráfagas de disparos, con un sinfín de armamento.. No, el ejército no puede poner en peligro a la población civil, los campesinos son población civil y tienen unos derechos que les amparan. No olvidemos que los funcionarios del ejército perciben sus emolumentos gracias al esfuerzo contributivo del pueblo colombiano y en Arauca. Por lo menos,no deben escudarse en la existencia de movimientos guerrilleros para conculcar los derechos de la población civil, para hacerles pasar por situaciones de peligro innecesarias.Lamentablemente esto sucede todavía hoy en día en lugares como la vereda Filipinas. Por mucho que traten de esconder sus verdaderas intenciones bajo la llamada doctrina de seguridad democratica del Presidente Uribe, uno no puede cansarse de reclamar a favor de los derechos internacionalmente reconocidos de una población civil cansada de tanta lucha infructuosa por defender la paz.

Sí, estuvimos en Arauca, en la vereda Filipinas, y como decía el vendedor ambulante con su cantinela comercial “el dolor no manda carta ni telegrama”. Tal vez él sólo creía haber encontrado un eslogan para vender mejor sus productos, pero tal vez, sólo tal vez, también podría ser el eslogan de un ejército que sin previo aviso condena al miedo, a la intimidación y a la violencia a una población, la población civil de la vereda Filipinas en el Departamento de Arauca, que sólo quiere vivir en paz.

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