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El cuerpo de mujer como campo de batalla

25.11.09

“En todas las historias de las guerras, las mujeres han sido uno más de los botines de los guerreros. Junto a tesoros y alimentos, las mujeres son otro de los “objetos” que los vencedores podían tomar a la fuerza como premio a sus triunfos y esfuerzos en los campos de la muerte”(1)

Por Míriam Malenka – IPO

En 1993, el entonces secretario general de la ONU, Boutros Ghali, decía que las mujeres son las víctimas invisibles: la mayoría de las víctimas de guerra son mujeres y niños; así como la mayoría de refugiados y desplazados y la mayoría de pobres. Y si las violaciones de los derechos humanos de las mujeres siguen rampantes es porque, en su mayor parte, permanecen ocultas. Dentro de las violaciones a los derechos humanos, se entiende como violencia contra la mujer “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada”(2), así pues, esta se reviste en varias formas: la violación, el embarazo forzado, la prostitución forzada, la esclavitud sexual, la terminación forzada del embarazo, etc. por medio de la coacción del agresor.
En términos generales se calcula que, aproximadamente, entre el 60% y el 70% de las mujeres colombianas ha sufrido alguna modalidad de violencia (maltrato físico, psíquico, sexual o político). Lo que se traduce en tres casos cada dos horas(3). Pero estos datos no son más que un reflejo parcial de la magnitud del problema, pues la mayoría de las fuentes coinciden al señalar que la violencia sexual a nivel nacional presenta un importante subregistro de casos que no se denuncian que llega a más de 90%. En tal contexto ¿qué sucede en el conflicto armado?

LA VIOLENCIA SEXUAL COMO ESTRATEGIA DE GUERRA

En el marco de un conflicto armado, el desarrollo de las estrategias de guerra y de las armas sofisticó también esta práctica. Las mujeres son víctimas de la violencia por el simple hecho de ser mujer, por vivir en zonas de conflicto, por tener relaciones afectivas o familiares con algún actor armado, por desarrollar actividades sociales y políticas que, a los ojos de los actores armados, aparecen como obstáculos para el desarrollo de sus objetivos militares. El patriarcado, en pleno uso de todas las armas, se instala en el combate a través de la apropiación violenta del cuerpo de las mujeres y de su capacidad reproductiva. Ahora ya no es un “premio y botín” final de batalla, sino que se establece como estrategia planificada y pensada para sembrar terror en las comunidades, quebrar su espíritu de resistencia y ejercer, a través de la tortura y la humiliación, el control sobre la población. En numerosos casos, se busca la destrucción de la cultura, “sembrar la semilla de la propia étnia en la enemiga”, como en el caso de la guerra en Ruanda (en sólo uno de los campamentos se detectaron más de 700 mujeres violadas, de las cuales 500 estaban embarazadas) o en Chiapas dónde durante los primeros años del conflicto se denunciaron múltiples casos de índigenas violadas por el ejército mexicano. Uno de los casos más paradigmáticos y conocidos del uso de la violencia sexual contra las mujeres como arma y estrategia de guerra es la de la ex Yugoslavia (dónde se violaron a unas 50 mil mujeres). El ejército utilizó la violación para deshumanizar a sus oponentes en la mente de sus propios soldados, para desmoralizar y castigar a sus enemigos y recompensar a sus tropas. Como consecuencia, las mujeres no fueron violadas sólo por extraños, sino también por quines en su día fueron sus vecinos. En la guerra de los Balcanes se buscó, además, la destrucción de la sociedad y la cultura por medio de la violencia sexual, poniendo en práctica el genocidio que consistió en causar embarazos forzosos a mujeres bosnio-musulmanas para que los niños fueran serbios y así “purificar la raza”(4). El daño a la vida cultural y comunitaria originado por el empleo de la violencia sexual en la guerra puede perdurar durante generaciones. El daño psicológico a largo plazo y el sufrimiento continuo significan que este tipo de violencia afecta no solo a la sobreviviente inmediata, sino también a sus hijos, nietos, familia directa, familia lejana y vida comunitaria. Hay muy pocas armas con la capacidad destructiva que tiene la violencia sexual, pues ésta tiene efectos todavía más devastadores en culturas patriarcales, donde las mujeres son consideradas las depositarias del honor de la familia, y por extensión, del honor de la comunidad, de la sociedad y del país.

LAS MUJERES EN COLOMBIA, VÍCITMAS DE LA GUERRA Y LA VIOLENCIA SEXUAL

Según el reciente informe de Oxfam, tanto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Relatora Especial sobre la violencia contra la mujer de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, la Corte Constitucional de Colombia así como numerosas organizaciones nacionales e internacionales coinciden en su dictamen; la violencia sexual contra las mujeres (y las niñas) en el conflicto colombiano es empleada de forma sistemática y generalizada. En el marco del conflicto armado, la violencia sexual no tiene como finalidad el acto sexual en sí mismo, sino que se comete para atacar y demostrar poder frente al enemigo causándole sufrimiento. Y critica que “a pesar de ello, la impunidad que reina en el país frente a este delito ha convertido a la mujer colombiana en víctima oculta de este conflicto”(5).
El conflicto armado colombiano, que ha enfrentado a guerrillas, paramilitares y fuerzas armadas del gobierno, se ha cebado particularmente en la población civil, y especialmente en las mujeres y niñas, en forma de violencia sexual. Considerada recientemente por la ONU como crimen contra la humanidad, la violencia sexual ha sido una de las violaciones más graves de derechos humanos y derecho internacional humanitario a lo largo de todo el conflicto y ha permanecido invisible tanto dentro como fuera de Colombia. Las formas de violencia sexual registradas son variadas: violación, abuso y acoso sexual, prostitución forzada, secuestro y esclavitud sexual y mutilaciones sexuales, imposición de prácticas de control de la reproducción y un largo etc.

Las mujeres son objetivo de los grupos armados por razones tan diversas como desafiar las prohibiciones impuestas por ellos, transgredir los roles de género, ser consideradas un blanco útil a través del cual humillar al enemigo o bien por simpatizar con él. Su fin es la tortura, el castigo o la persecución social y política. En otras ocasiones lo que pretenden es controlar las esferas más íntimas de las vidas de las mujeres imponiendo férreos códigos de conducta para controlar su vida sexual, el tipo de vestimenta que deben llevar, a qué hora deben salir o cuáles son las parejas que deben tener. Para ello emplean prácticas como la mutilación y la esclavitud.

El objetivo final de todo ello es sembrar el terror en las comunidades utilizando a las mujeres para conseguir sus objetivos militares. La mujer se convierte en moneda de cambio a través de la cual lesionar, aterrorizar y debilitar al enemigo para avanzar en el control de territorios y recursos económicos.

“Respeto a las violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario en las cuales se conoce el autor genérico, el 87,21% se atribuyó a agentes estatales: por perpetración directa, el 3,21% (50 víctimas); por omisión, tolerancia, aquiescencia o apoyo a las violaciones cometidas por grupos paramilitares, el 84% (1307 víctimas). A las guerrillas se les atribuyó la autoría del 12,79% de los casos, con 199 víctimas. Es preciso aclarar que en muchos de los delitos cometidos por los paramilitares existe participación activa o pasiva de miembros de la fuerza pública”(6)

Un informe de la Defensoría del Pueblo de Colombia afirma que 2 de cada 10 mujeres desplazadas han sufrido algún tipo de violencia sexual perpetrada por los diversos grupos armados del conflicto. Muchas mujeres se han visto obligadas a desplazarse por el riesgo a sufrir abusos sexuales o por haber sido víctimas de los mismos y la indefensión de estás mujeres se mantiene igual en los lugares de llegada.

CRIMEN INVISIBLE E IMPUNE

Este crimen es invisible socialmente: prácticamente no existen datos que den una visión de la práctica y el impacto del mismo. Solo hay que mirar al manual de Médicos Sin Fronteras de 1997 sobre respuesta de emergencia para constatar que dedica tan solo dos de sus 381 paginas a la violencia sexual(7).

El temor a denunciar es una constante después de las agresiones sexuales. Según el informe de Oxfam, sólo nueve de cada 100 mujeres víctimas de alguno de estos delitos acuden a las autoridades, y muchas de ellas se revictimizan, pues deambulan por cada una de las instituciones, exponiéndose a las diferentes interpretaciones que se les da a los hechos que narran, de tal forma que la mujer no sólo termina siendo víctima del delito, sino de cada uno de los funcionarios a los que acude.

De los pocos hechos que se han denunciado, la Corte Constitucional recopiló 183 testimonios de ataques sexuales cometidos desde 1993 para emitir el Auto 092/2008, que ordena proteger a las mujeres víctimas del conflicto, pero a más de un año de la sentencia de la Corte Constitucional que ordena al Estado investigar los casos de violencia sexual cometidos en el marco del conflicto armado que vive Colombia y desarrollar una política pública para las colombianas desplazadas, no hay un sólo fallo condenatorio y los programas están muy retrasados.

Cuando hablamos de violencia sexual contra las mujeres, la impunidad generalizada se acrecienta: el gobierno los considera como una violación de DDHH de segundo orden que prácticamente no se investiga(8). En su informe, Oxfam afirma que “la persistente ocultación y negación de este delito por parte del Estado colombiano ha permitido perpetuar un entorno de impunidad en el que este tipo de delitos no se investigan, ni se enjuician, ni se castiga a los responsables”. Concluyó que “la suma de todos estos factores ha hecho, por un lado, que este tipo de violencia se haya ‘normalizado’ dentro de la sociedad colombiana y muchas de las mujeres no se consideren víctimas porque no creen o no saben que la violencia sexual sea un delito. Por otro, esta estrategia de invisibilización de la violencia sexual lo que ha logrado es silenciar a la mujer y condenarla al olvido”.

En Colombia, como en tantos otros países en guerra, las mujeres son las víctimas ocultas de un conflicto, que, contra toda lógica, avergüenza a la superviviente y no al perpetrador.

(1) Bedregal, Ximena; Doble Jornada No. 79, agosto de 1993
(2) Declaración sobre la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, Asamblea General de las Naciones Unidas, 1993
(3) La violencia sexual en Colombia: una estrategia de guerra, Intermón Oxfam, 2009
(4) Álvarez, Victoria Soledad; Las mujeres y los conflictos armados, la violencia sexual: una moderna estrategia de guerra, CICR
(5) La violencia sexual en Colombia: una arma de guerra, Intermón Oxfam, 2009
(6) Informe sobre violencia sociopolítica contra mujeres y niñas en Colombia, pg 9.
(7) MSF, Salud de los refugiados: un acercamiento a las situaciones de emergencia (Refugee Health: An approach to emergency situations), www.msf.org/source/reooks/MSF_Docs/En/Refugee_Health/RH1.pdf
(8) Oxfam Internacional pide tolerancia cero ante los crímenes sexuales cometidos en el conflicto colombiano (http://www.oxfam.org/fr/pressroom/pressrelease/2009-09-09/oxfam-pide-tolerancia-cero-crimenes-sexuale-colombia)

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