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DESDE LA CIÉNAGA DE SAN LORENZO, SUR DE BOLIVAR, COLOMBIA.

17.12.05

Ciénaga de San Lorenzo, municipio de Cantagallo, sur de Bolívar.
Saliendo de Barranca, en el grande río Magdalena, nos adentramos muy rápidamente a sus canales laterales. Encontramos chalupas de la Marina Militar muy bien armadas y llenas de soldados, que patrullan constantemente la zona. Nadie puede pasar por estos canales sin que el ejército lo pare y lo controle.
Entramos por un canal estrecho, entre la vegetación exuberante que se encierra formando algo como un túnel por encima de nuestras cabezas. Una pequeña explanada se abre entre los árboles para dar acogida a una lapida en memoria de cuatros campesinos muertos en un operativo militar. Es nuestro primero encuentro con la violencia del conflicto armado que, desde hace años, martiriza a la población civil de esta región, así como aquella de toda Colombia.




Un poco más adelante, el canal se abre en la grande laguna de la Ciénega de San Lorenzo. Rodeada por selva y encerrada, hacia el norte, por las primeras alturas de la Serranía de San Lucas; el espejo de la laguna acoge en sus orillas muchas fincas y dos pequeñas comunidades: la del Cogui, compuesta por 400 personas aproximativamente y la de San Lorenzo, que surge en la pequeña isla en el medio de la laguna, donde se cuentan unos cuarenta habitantes.

Antiguamente en estas tierras habitaban varias etnias indígenas, las cuales, en los vientos procesos de la colonización forzada, se han ido alejando definitivamente, dejando en herencia mitos y leyendas intrínsecamente relacionados con la naturaleza local. La gente nos contó de extrañas figuras luminosas que aparecen cíclicamente, cada año, en semana santa. Fenómenos misteriosos que parecen encontrar explicación en los rituales sacros que los indígenas practicaban justamente en esta ciénega.




Ahora la región esta habitada exclusivamente por campesinos y las actividades principales son la pesca y el cultivo de la coca. El pescado es el alimento base de la cocina de los campesinos de la zona. En las aguas de la ciénaga abundan bocachicos, mojarras, comelones y barbudos, muy importantes para la autonomía alimentaria de los campesinos. Según un acuerdo comunitario el pescado no se comercializa, para evitar la explotación intensiva de las aguas, que llevaría a un inevitable empobrecimiento del ecosistema de la zona, minando a la base de la supervivencia de las mismas comunidades.

Por esto la economía sigue basándose principalmente en la producción de la pasta de coca, en los cultivos que surgen en las colinas cercanas a la laguna. Por cierto la producción no es exorbitante y sólo garantiza la supervivencia de las familias que trabajan en esto. Garantiza aquellas entradas mínimas que, en esta región, dan el vía a un entera dinámica comercial que consta de pequeñas tiendas, barecitos e intercambios de productos de la tierra, pescado y carne.
El empeño del estado en la extirpación de los cultivos ilícitos de coca se ha manifestado únicamente en las fumigaciones masivas con glifosato. De hecho, como documentan muchas encuestas sobre el tema, este agente químico producido por la multinacional Monsanto, afecta de manera irreparable toda la vegetación de las áreas fumigadas y además es dañino para las personas que lo respiran o lo ingieren a través de los alimentos y las aguas contaminadas.

Contemporáneamente se están desarrollando varios operativos militares en el ámbito del Plan Patriota, que, supuestamente, con el objetivo de acabar con la producción y la distribución de la coca y de combatir a la guerrilla, de hecho ocupan muchas zonas de la región, haciéndoles la vida imposible a los campesinos.
Contando a menudo con el apoyo de grupos paramilitares, el ejército muchas veces ha sido responsable de amenazas, extorsiones, secuestros y matanzas en contra de la población civil. Numerosos son los cuentos dramáticos que escuchamos de la gente de la zona.
Se nota la falta de una estructura independiente y autónoma de comunicación que sea en grado de documentar, indagar y difundir las violaciones diarias de los derechos humanos, que sepa recuperar y devolverle la voz a la memoria de una comunidad afligida y olvidada.

No es fácil vivir bajo amenazas constantes en contra de la vida de uno y muchas personas, en el curso de los años, han tenido que huir de la región. Colombia es uno de los países con el más alto número de desplazados en el mundo. Hasta hoy se cuentan más de tres millones de hombres, mujeres y niños que ya lo perdieron todo, que vieron pisar su propia dignidad y tuvieron que alejarse para siempre de sus propias tierras. Cuando les va bien se juntan con otros familiares en otras partes del país, volviendo a empezar, con dificultad extrema, sus vidas. Sin embargo la mayoría termina con agrandar las filas de los indigentes y los desesperados que se recogen en las periferias de las grandes ciudades, donde se pone en discusión el concepto mismo de humanidad.




En la comunidad de San Lorenzo, de las veinte familias originarias solo quedan ocho, que viven en humildes casas de bloque, con techo de zinc, en la isla central de la laguna, construida más o menos hace siete años, por los mismos habitantes de la zona.
Bajo la amenaza constante de los actores armados y con el recuerdo vivo de las violencias que se siguen perpetrando en contra de la población civil, esta comunidad empezó un duro y valiente proceso de auto-organización. Se desarrollan proyectos que tienen el objetivo de llevar a la comunidad hacia la autosuficiencia y la independencia económica, política y social. Solo así pueden resistir orgullosamente a los procesos de desplazamiento forzado.

Las justificaciones del gobierno, frente a las denuncias que raramente emergen del silencio de barro que afecta a esta región, siempre son las mismas: es decir acabar con los cultivos ilícitos de coca, con el narcotráfico y combatir a la guerrilla, que supuestamente coordina estos negocios.
Pero existen objetivos escondidos y profundos para esta criminal expropiación de la tierra.
En primer lugar la explotación de los recursos de los que están tierras abundan. En el área, por ejemplo, están muchos sitios de extracción de petróleo y es muy probable que alguien esté interesado a tratar de crear nuevos sitios de explotación. Aquí hay también uranio, recién descubierto, y sobretodo oro. En la Serranía de San Lucas, lindante con la Cienaga de San Lorenzo, la Kedada, una multinacional de Canadá, compró más de treinta mil hectáreas de tierra para implantar minas de extracción y, a escondidas de las comunidades que viven en la región , está contratando con el gobierno la expropiación de más tierras. Otros beneficiarios implícitos de este proceso son, finalmente, los grandes latifundistas nacionales y extranjeros. Bajo la promesa de transformar los cultivos ilícitos de las áreas que pasarían a ser de su propiedad, el gobierno da vía libre a las fuerzas armadas regulares e irregulares de expropiar las tierras de las comunidades campesinas y defiende a través de la fuerza aquellas ya conquistadas. El latifundio desintegra las comunidades, interrumpe los procesos sociales y transforma a los campesinos en mano de obra sin derechos ni dignidad.




Sin embargo la pequeña comunidad campesina de la Ciénaga de San Lorenzo sigue viviendo.
Irónicamente con el operativo militar, que ha venido intensificándose durante los últimos siete meses, el Plan Patriota trajo aquí también la energía eléctrica. A cada casa llega la luz, pero aquí, a parte algunos bombillos y unos televisores, falta todo lo demás. Consecuentemente se conformó la Junta de Acción Comunal y, con la ayuda y el suporte de la ACVC (Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra) se empezó a auto-organizar un plan de desarrollo social.
En primer lugar se trabaja para la subsistencia económica. El objetivo es la substitución gradual y sostenible de los cultivos ilícitos con cultivos de yuca, plátano, arroz, caña de azúcar. Además se están adelantando proyectos de ganadería y piscicultura.



De esta manera, si por un lado se garantiza la autonomía alimentaria, para quienes abandonan el cultivo de la coca, por el otro lado se activan nuevos micro procesos económicos. Los campesinos intercambian entre ellos lo que producen, garantizando la autonomía alimentaria de las comunidades y reforzando sus relaciones internas.
En estos días en la comunidad de San Lorenzo se esta trabajando para reconstruir la escuela. Después de años de abandono, ya no tiene techo y ha sido invadida por la vegetación. Los campesinos de manera autónoma la están reconstruyendo y ya hay 17 niños listos para empezar las clases, esperando que el municipio de Cantagallo mande algún profesor para allá.

La historia de la ciénaga es un poco la historia de toda la Colombia, una historia de violencia y expropiación, una historia de gente de poder que pueden comprarlo todo, pisando la dignidad humana.
Pero es también una historia de resistencia, de valentía y trabajo. Historias de comunidades que reivindican el derecho a una vida digna, que defienden con orgullo el desarrollo de una sociedad mejor, libre y autosuficiente.

Vale la pena morir por las cosas sin las cuales no vale la pena vivir.

– Salvador Allende –
Max Valenti
Bogotá, noviembre de 2005

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