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Viaje a La Cooperativa

27.02.06

Martes 14 de febrero, lunes 20 de febrero.

Menos de una semana para entender una realidad difícil como la colombiana, poco más de 30 habitantes con los que hablar para descifrar qué está pasando en las comunidades campesinas del interior del país.
El lugar que se ha elegido es la Cooperativa, un pequeña vereda a lo largo del río Ité, un afluyente del más grande río Magdalena, donde el único baño se encuentra en la naturaleza y la única manera de lavarse es bajar a las orillas del caño, donde la luz eléctrica comparece como tanto tres horas al día gracias a un generador común y donde el único lugar disponible para acamparse es la mera tierra, con un grácil toldo como techo y mucho repelente como única defensa contra insectos cuyo nombre difícilmente se queda en mi memoria: zancudos.
La gente es cordial, alegre, pero extremamente terco frente a las condiciones en las que vive: acepta que a veces un pez terrible llamado raya se enfile en el pie de unos campesinos que se están lavando ( o en lo de unos pobres ipoistas), acepta que de vez en cuando la gente que está acostumbrada a ver todos los días desaparezca en los senderos que del caserío se pierden por el campo alrededor, quizás por culpa del ejercito, de los paramilitares o de la guerrilla, grupos armados igualmente lejanos y a menudo incomprensibles a los ojos del pueblo que demasiado de frecuente sufre sólo por la casualidad de encontrarse en el medio de fuegos enemigos, acepta que personas vestidas con la divisa aprovechen del poder de su nombre bonito cocido en el pecho para tomarse con la fuerza lo que ellos han sudado, acepta amenazas, golpes, insultos por informaciones que nunca podrá dar.
La gente de la Cooperativa acepta, o mejor convive, con todo esto, pero no quiere callarse ni sufrir bajando la cabeza.
Y así como construye contra el terrible veneno de la raya un castillo de remedios de los más diferentes ( como humedecer la herida con el liquido vaginal de una mujer que no tuvo relaciones sexuales en los previos tres o cuatros días, o quemar un hormiguero y hundir el pie doliente en el humo producido o hasta ponerse el insustituible aceite Johnson&Johnson, panacea casi mágica para heridas de este tipo), de la misma manera lanza su grito contra la terrible violencia de los hombres a través de los manifiestos diseminados por kilómetros alrededor del caserío, en los que se exige a un grupo armado no mejor definido y que tenga en sus manos los desaparecidos ( Cristóbal y Gustavo en el periodo en el que hemos compartido con ellos estas experiencias horribles) que lo entregue a la comunidad, un comunicado firme y saturo de una dignidad que no derrama lagrimas, como las caras de las personas que vi sonreír aunque en el dolor.
Lanza su denuncia a través de los cuentos que concede sin cansarse nunca (como lo que nos regalo Amilcar después de dos horas bajo un sol ardiente sobre una mula. describiéndonos cuando fue salvado por la simple presencia de un internacional, después de haber sido en manos de representantes del ejercito que tanto semejaban a sus primos paramilitares con respecto a técnicas intimidatorias, o como lo de Julio Cesar Aparicio días que nos habló de los golpes recibidos por un grupo de 8 personas encapuchadas que querían que él confesara dónde estaba la guerrilla), lanza sus condenas a través del poderoso megáfono que es la asociación CAHUCOPANA y a través de los recuerdos siempre vivos de cómo era la Cooperativa antes que los “paracos”, como los llaman allá, destruyeran el bienestar conquistado.
Me conmovió la fuerza de una madre que reclama a vos alta en frente al teniente del ejercito que le devuelvan su hijo, desaparecido hace días, me conmovió la constancia de un campesino que después de haber sido pegado vuelve todos los días en el lugar de los golpes para trabajar, luchando contra el miedo, para seguir con una vida digna, me conmovió el cuento de un viejo que arriesgo su vida en manos de los militares y que ahora convive con la posibilidad que ellos vuelvan a tomarlo y, a pesar de esto, grita los nombres de los que lo han amenazado.
Me conmovió la fuerza de un pueblo que no quiere rendirse.

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