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Pies de barro

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3.12.06

www.elespectador.com

Alfredo Molano Bravo

Hace un par de meses, con la elección de Felipe Calderón en México, hubiéramos dicho que América Latina volteaba de nuevo hacia la derecha y que nuestro Señor Presidente no estaba tan solo. Hoy, con la elección de Lula en Brasil, Correa en Ecuador, de Ortega en Nicaragua, y con el triunfo seguro de Chávez, se completa el viraje hacia la izquierda. Izquierda algo temblorosa, pero izquierda al fin. Y para ajustar, los demócratas logran mayoría en el Congreso gringo.

México es hoy por hoy ingobernable. Chiapas, Oaxaca, Puebla, y hasta en la respetable Cámara de Diputados la pelea es a coñazos.

Mejor dicho, Uribe se queda en la triste compañía de Honduras y Guatemala. (A ratos Alan García lo visitará y le dará un abrazote). Pero el Señor Presidente no las tiene todas consigo. El entable tiembla bajo sus pies. Sus amigos, contertulios y copartidarios han comenzado a sapearse unos a otros, apretados por el miedo. El verbo sapear, tan conocido y tan de moda a punta de recompensas y chantajes, nace en los charcos. Más claro, donde los sapos viven, se crían, se reproducen, etc. “Cuando un sapo canta, todos echan a cantar”, dicen los que conocen, hasta que se crea un verdadero concierto, o en el caso que nos ocupa, una cadena, o mejor, telaraña de delaciones. Así debe ser. Sucedió con el Proceso 8.000, a ocho mil voces. Este, el llamado “parapolítico”, es mucho más sonoro y está más enredado.

Primero fueron tres congresistas, ya hoy van 10; mañana serán unos ganaderos acusando a unos palmicultores, y luego unos sargentos a unos coroneles y éstos a los generales, y éstos al embajador gringo y así, un tsunami. Como debe ser, porque la base del entable tiene pies de barro, para decirlo sin que me caiga la ley. Está bien, muy bien que así sea. Quiero decir, que se sapeen unos a otros. El país no puede seguir siendo un doble país: uno, hecho de mentiras montadas sobre la fuerza, y otro, un país desarmado y mudo.

Ya se oyen voces cínicas como las de los altos dignatarios: “eso ya se sabía; todo el mundo colaboró con los narcos, no se tenía por qué saber que lo eran, y si los gamonales fueron a la reunión con Castaños y Mancusos, fue porque los llevaron arrastrados; además en el Chairá todo el mundo se reunía con las guerrillas y nada pasó. Si todo esto pasó, fue a nuestras espaldas”. Hay algo de verdad: la opinión pública estaba anestesiada por el triunfalismo y los cantos de victoria anticipada. Pero quizás comienza a despertar al mundo real: se vivía en una fábula mediática. ¿Hasta dónde se desatará el sapeo? ¿Y si éste se desata, hasta dónde llegará?

Como escribí en la columna anterior —y es necesario repetirlo—: el nuevo proceso debe llegar hasta que toque pared y ésta no puede ser la del Congreso ni los corrales de las haciendas ni las trincheras del Ejército. Debe ir hasta el fondo del charco.

El Polo, el Partido Liberal y sectores de los conservadores tendrán que cerrar filas en apoyo de la Corte Suprema. Pero esto no será suficiente. La oposición deberá empujar a la Fiscalía y a la Procuraduría a cumplir su deber: la opinión pública y los electores deben saber toda la verdad y la justicia castigar a los responsables, cualquiera sea el rango, cargo, capital o hectareaje que hubieran tenido o tengan.

La responsabilidad política de la oposición es inmensa si quiere que el país que asoma, crezca. El viraje de Colombia a la izquierda se ha iniciado. Hay que sostenerlo.

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