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20.12.06
www.eltiempo.com
Daniel Samper Pizano
Bonita Navidad les está dando el presidente Álvaro Uribe a nuestros compatriotas en Ecuador. Son más de medio millón, y desde que el gobierno colombiano anunció por sorpresa la reanudación de fumigaciones en la raya del sur, quedaron expuestos a las retaliaciones que se le ocurran a Quito. Entre las medidas con que amenaza el canciller ecuatoriano (cuyo parecido físico con el vicepresidente Pacho Santos hace pensar en secretas y siniestras clonaciones andinas) figura exigir visas, purgar indocumentados, endurecer las normas para renovar permisos de trabajo y residencia…
Por lo pronto, ya se produjo un primer efecto lamentable, que fue empobrecer aún más la deleznable imagen que acarrean los colombianos en Ecuador. En otros tiempos nos tenían aprecio y hasta admiración. Hoy están convencidos de que somos un mal vecino. Y lo grave es que no les faltan razones para afirmarlo, en particular el escaso respeto hacia su país que demuestra la reanudación de las fumigaciones.
Prepcupa ver cómo se produjo la decisión colombiana de desatar de nuevo la lluvia de glifosato en la frontera sin reparar en pactos ni diplomacias. El 3 de diciembre Uribe sobrevoló la franja de 10 kilómetros colindante con el mapa ecuatoriano donde se suspendieron las aspersiones de veneno y dice la prensa- se indignó al ver que las Farc habían sembrado allí abudante coca (¿esperaba feijoas?). Se le encabritó entonces ese espíritu de finquero mandón que suele jugarle malas pasadas al hombre que en otras circunstancias recomienda “paciencia, mucha paciencia” y ordenó bombardear la selva con químicos. Ecuador, que como muchos colombianos- lleva años protestando por el deterioro ambiental causado por el glifosato, se enteró del berrinche a través de un comunicado de la Cancillería.
La decisión unilateral de Uribe no solo constituye un agravio contra Ecuador, sino un paso más en el proceso suicida de combatir coca con venenos que arruinan la naturaleza. Toda vez que faltan ciertos estudios científicos que patrocinará la OEA, Colombia, por fuerza, no debió fumigar, pues así lo ordena el principio de seguridad ambiental acordado en la cumbre ambiental de Brasil: en caso de duda, abstenerse.
El episodio con Ecuador representa un nuevo resbalón en la errática política exterior de este gobierno, que ya puso en grave peligro las relaciones con Venezuela en enero del 2004 al resultar enredado en el secuestro del guerrillero Rodrigo Granda en Caracas y su sospechosa aparición en manos de la Policía cucuteña. Atosigar inopinadamente la frontera ecuatoriana con glifosato en momentos en que está a punto de producirse el relevo presidencial en Ecuador es una insólita equivocación o, peor, una provocación torpe a la que ya respondió enfático el presidente electo Rafael Correa: “Esto es un abuso”.
El servicio exterior es para nuestro gobierno una maquinaria clientelista y nepotista; cada semana aparece otro pariente de un alto funcionario enclavado en una embajada: ahora es un hijo del ideólogo del régimen, José Obdulio Gaviria. Por eso no ha entendido todavía las nuevas circunstancias que deberían marcar la política internacional de la Cancillería. Desde hace un par de lustros cambió por completo el sedentarismo del colombiano; nos hemos convertido en un país emigrante y ahora el diez por ciento de la población (4 millones de ciudadanos) vive en el exterior. Esta circunstancia hace a Colombia más poderosa en algunos aspectos, como las jugosas remesas que recibe, pero también más vulnerable. Ya el gobierno no puede actuar en materia internacional guiado por los caprichos presidenciales, sino que debe analizar los perjuicios o beneficios que es capaz de producir a sus emigrantes.
Y, como siempre, queda la duda: ¿qué mano pálida aprieta el cuello presidencial a la hora decidir las fumigaciones?