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11.05.06
Alfredo Molano Bravo
La conversación entre el señor presidente Uribe y los senadores Specter y Sessions sobre política migratoria de colombianos a USA hace parte hoy de las Memorias del Congreso de EE.UU., quiéralo o no nuestro primer mandatario. Según el senador Specter, el señor Presidente de los colombianos propuso ponerle –quizá habló de colocarle un microchip a cada compatriota que migre a EE.UU., antes de irse. El gringo, sorprendido, en su frío humor trató de objetar: pero, sabiendo como es esa gente –dijo–, terminará sacándoselo. No importa, reiteró Uribe. Ustedes son los que tienen la tecnología, ustedes verán qué le colocamos a esa gente y dónde.
El contenido exacto de la entrevista –con chip y todo– quedó archivado en la Biblioteca del Congreso, para vergüenza de todos los colombianos y bochorno del embajador Pastrana. No le será posible a Uribe llamar al poderoso senador Specter –que preside ni más ni menos el Comité Judicial de la Cámara– para decirle, como si fuera cualquier José Obdulio, que cambie la frase, la cifra, el dato, la fecha, los nombres. En Bogotá, Uribe ya respondió cuando le preguntaron sobre el asunto, “que no pero que sí”. O lo contrario. ¿Teme, el Señor Presidente –porque astuto sí es– que el senador lo desautorice en público en una carta con membrete oficial? De todas maneras, su Ministro de Salud debió andar revolando para determinar en qué lugar del cuerpo se les podría poner el microchipcito a los cuatro millones de inmigrantes colombianos que hay en USA.
Porque la verdad es que nuestros compatriotas tan pronto pasaran la aduana, se sacarían el dispositivo como si fuera un nuche. Salvo que “le sea colocado” en la columna vertebral, y en ese lugar donde uno no puede rascarse sino con una manito china. La arrodillada y lambona iniciativa del señor Presidente se usa ya en EE.UU. para ponérsela a reos que salen de la cárcel a visitar a su mujer. Refleja, sin lugar a rectificaciones, la imagen que Uribe tiene de sus gobernados: delincuentes. Y, por supuesto, la que tiene en mente para el país: una enorme cárcel. Yo no sé, pero sospecho que hay algo muy perverso y enfermizo en una mente cuando se atreve a proponer semejante medida. Borraría el perverso de esta columna si Uribe, en un desabroche de esos a los que nos tiene ya acostumbrados, ordenara mañana meterle un chip a cada uno de sus ministros. Sólo para ensayar. A renglón seguido, y en riguroso orden de antigüedad, pasarían en fila los generales, los coroneles, los capitanes y todo miembro de la llamada fuerza pública.
Ahora que andan tan robustos a punta de raciones de campaña importadas, no sería tan difícil. Y una vez hecho el implante en estos dos lotes, deberían someterse a la operación los congresistas, los miembros de los gremios económicos -Sabas, que no ha dejado de ser de Fenalco, en primer lugar– y los de la Iglesia –comenzando por el cardenal primado–. Todos con su microchip entre pecho y espalda. No sorprendería que Uribe ordenará, inmediatamente, que pasaran por la sala de cirugía los periodistas, los directorios políticos –incluidos, por si acaso, Varguitas Lleras y Santicos– y, sobra decirlo, todos los miembros del Polo.
Los fines de semana, después de sus clases magistrales de democracia mediática, el señor Presidente, en compañía de los José Obdulios, se dedicaría a espulgar las rutas, las amistades, los encuentros de “injertados”. No le serían extraños los viajes de muchos de sus altos funcionarios –uniformados o no– a conversar con paras, narcos y demás miembros del nuevo poder (no les haría seguimiento por ignorancia sino por sicorrigidez); tampoco los contactos de tercer tipo entre sus más afectos y sus más allegados, entre generales y obispos, entre políticos y financistas, entre sus periodistas y embajadores, cónsules, primeros secretarios de países amigos y enemigos, aunque estos funcionarios no hubieran sido conectados a la red. La idea no es mala y sería hasta divertida si la transmisión de la sesiones de espionaje en la Casa de Nariño fueran públicas. Sobrarían las procuradurías, las contralorías, las fiscalías, los jueces, los congresistas, los periodistas, los detectives, los escoltas. El ahorro fiscal sería prodigioso. El señor Presidente sería inscrito en letras de oro en el libro de Récords Guinness y en el primer lugar de clientes privilegiados de la empresa Verichips, fabricante de los aparatitos.
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El caso de Jaime Gómez no puede ser olvidado. Está claro que no fue un suicidio ni un accidente. Según todos los indicios, fue un homicidio. Falta el resultado de los análisis hechos por antropólogos forenses que precisarán las circunstancias del crimen. Si el cadáver fue trasladado al lugar donde lo encontraron, la delincuencia común quedaría exonerada. Es un asesinato que de ninguna forma puede quedar impune.
alfrelano@yahoo.es